Un concepto sobrenatural: el FAN FATAL de Pimpinela

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En la película “Tres idiotas y una bruja”, Jack Black abordaba el personaje más complejo y con más aristas de su carrera: ser un fan fatal de Neil Diamond. Un lector habitual de este nuestro blog (el Dr. Elektro) se preguntaba. “¿Pero en qué coño consiste ser un fan fatal de Neil Diamond? ¿En decir ‘hombre, mira Neil, si está bien para su edad…”. Bien, pues si uno quita a los consumidores de culebrones (uséase, gente poco preocupada por la música para quienes Lucía y Joaquín no son más que una feliz extensión de “La dama de rosa”), a las mariquitas para quienes la laca que amorosamente derrochan, again, Lucía y Joaquín es también más importante que el auténtico sentimiento que hay en canciones como “Yo, dueña de la noche”, y a jubilados desinformados que van al teatro Lope de Vega a hacer callar a los que cantan demasiado alto… ¿En que consiste, entonces, ser fan fatal de Pimpinela?

La respuesta la tuvimos Dillinger is dead y un servidor de ustedes el pasado 1 de octubre. Y esa respuesta fue…

…Carlos.

Llega ese clásico momento de todos los conciertos de Pimpinela en el que los hermanos Galán sacan a dos onvres y dos mujeres al escenario para que bailen y canten con ellos “Se va, se va”.

“Sólo pueden subir a este escenarios aquellos que sufran por amor”. Exclama Lucía. “Así que, a lo mejor, no debería subir ningún hombre”.

Joaquín intenta, en vano, defender la maltrecha dignidad del género masculino, pero sólo puede añadir. “Quien cante esta canción en este escenario, en el plazo de 48 horas, conseguirá pareja”.

Está claro que todo aquel que, sufriendo por amor, suba a un escenario para Pimpinela se conviertan en sus alcahuetes metafísicos, sólo puede merecer admiración. Y, en efecto, todos se la ganaron con gracia y soltura:
“Yo soy soltera y entera” fue el bizarrismo que articuló una joven chiquilla para asombro de Lucía, a la que 25 años sobre las tablas aún no han curado de espantos. El chavaluco que estaba a su lado, a la que también afirmó su soltería, logró que todo el público pidiese que se enrollasen allí mismo. “Son jóvenes y guapos los dos” afirmaba cabalmente Dillinger.

Otra mujer dijo que su marido la esperaba fuera “Porque dice que, a la que oigo a Pimpinela, me pongo muy rara y siempre acabamos peleando”. Pero, con toda aquella jovialidad, ninguno de los presentes estaba preparado para la que se avecinaba. Un onvre bajito, cuarentón, de avanzada frente, poblada coleta y más desmesurado frikismo, esperaba a que Joaquín le preguntase “Y tú… ¿cómo te llamas?”

El onvre le arrebata el micrófono, da un paso al frente y pronuncia las palabras más épicas jamás oídas en España desde el “Franco ha muerto”.

– Yo me llamo Carlos y no he dormido esta noche, porque he viajado a Málaga a Madrid en autobús. Nada más llegar, me he sentado en la puerta del teatro hasta que empezó el concierto. Y este momento, con vosotros en el escenario, es lo más grande que me ha pasado en la vida. A partir de hoy, todas las noches que me quedan en la vida no tendré otro sueño que no sea éste.

Superados los instantes iniciales de estupefacción, el teatro se viene abajo con una sonora ovación, pero Carlos prosigue:

– He comprado vuestros discos desde hace veinticinco años. Desde que empezasteis. En casa, mis padres me dicen. ¡Pero hijo, deja de oír ya los discos de Pimpinela! Y yo digo… ¡¡¡¡¡¡¡¡no!!!!!!!! El teatro comienza a hundirse de verdad. Yo grito “¡Di que sí!” y surge algún tímido “¡Carlos, Carlos!” acompañado por algún que otro “Todavía vive con sus padres…”.

Lucía y Joaquín, acostumbrados a cualquier cosa en su larga y exitosa carrera, comienzan a apuntar síntomas de no saber donde meterse. Especialmente Lucía, que intenta encauzar la conversación por el cauce del “Psycho killer no me toques los ovarios…”. Cometiendo un error, Lucía dice.

– Pues ahora vamos a cantar esta canción y ya veréis cómo todos conseguís pareja…

¿Qué por qué fue un error? Porque, acto seguido, Carlos dice:

– Ojalá que sea tan guapa como tú, Lucía…

Durante la canción – en la que los cuatro invitados realizaron una magnífica interpretación – Lucía buscaba una postura más cómoda que la de estar con el cuello aprisionado bajo el brazo de un freak al que le sacaba una cabeza. Eso sí, una vez concluyó el tema, en medio de las ovaciones, Joaquín tuvo la sabiduría de darle el micrófono a Carlos para que dijese unas palabras.

– Gracias, sois el mejor público que existe. Y Pimpinela los artistas más grandes que jamás haya habido. Yo sólo os digo: cuando volváis a vuestras casa, nunca dejéis de oír los discos de Pimpinela. Aunque os critiquen, os persigan, os miren mal… ¡Porque son los más grandes que existen!

Y entonces los gritos de “¡Carlos, Carlos!” fueron una merecida realidad. Pimpinela y el metal: dos músicas hermanadas por la persecución y la pasión

Sin duda alguna, el highlight de una noche mágica, que no fue superado ni por himnos como “Mañana”. Otros momentos estelares fueron la muiñeira que Dillinger y un servidor coreamos enfervorecidos por un patriotismo gallego. Y es que la Galicia de Castelao o de la progresía BNG siempre nos ha dicho menos que la verdadera Galicia sórdida de Ana Kiro y sus cardados. Gritar “¡Galicia! Cada día máis linda e máis linda cada día mellor e mellor” es mejor que coñazos sobre opresión y miserias rurales. Hombre ya.

¿Y qué decir de himnos como “Valiente” (vídeo del concierto)?

Por supuesto, hubo toda suerte de sentimientos. Como cuando, en el aniversario del fallecimiento de siete niños del Hogar Pimpinela para la infancia, Lucía les dedicó el tema “Un poco de amor” (min. 2:25 del vídeo de abajo) para dejar de cantarlo por la mitad, ahogada en sus lágrimas. El cínico que muchos llevamos dentro se podría preguntar. “¿Pero ha llorado de verdad?”. Pues sí, porque en el concierto de hace un años no lo hizo. Lo de triunfar con sentimientos de mentira y de tercera división es para moderniquis. Pimpinela are the real thing.

De traca también fue lo de una locaza desinformada que profirió en gritos antitaurinos y cosas tipo “asesinos, dejad a los animales en paz” después de ese grandioso “Pasodoble te quiero”. A ver, señora mariquita concienciada, además de no ser el momento y el lugar, si Pimpinela te cantan algo que vaya en contra de tus principios fundamentales… ¡Pues cambias tus principios en ese mismo instante! Vamos, a mi me dicen cantando los Pimpinela que Hamilton no es un mierda y le mando una carta al soplapollas de su padre pidiéndole perdón. Por suerte, Lucía y Joaquín son gente con criterio.

En este concierto faltó la canción “¡¡¡Era yo!!!” que era “Ese estúpido que llama”. Pero a cambio, nos proyectaron el videoclip de “Dónde están los hombres” que entroncaba con uno de los temas capitales de este nuestro blog. Lo sabrán cuando lleguen, viendo este vídeo, al minuto dos.

No, pese a los chulescos ademanes de Joaquín, el tema no es el cock rock, sino el… ¡¡bigotón!! El onvre que aparece con épico mostacho haciendo de… ¡amante de Joaquín! Ya puede retirarse del mundo del arte con la frente bien alta y una sensación de “misión cumplida” en su estancia en esta Tierra.

Hacia el final de la noche, Lucía dijo. “Vale, tocaremos una más… ¿con pelea o sin pelea?”. No hace falta que diga lo que todos gritamos. ¡No pasan los años por “Una estúpida más!”. Como decía el gran video industrial que proyectaron al principio del concierto – y que nos recuerda que, en Argentina, ellos comparten los escenarios con Madonna – “Pimpinela: un fenómeno de plena vigencia”. Gocen con este vídeo, incluído en la antología en Dvd que Dillinger et moi nos compramos.

¡Que gran utilización del plano-contraplano! ¡Ni John Ford! Ya puede Michel Gondry vivir mil años, que nunca podrá rodar algo tan bello como esto. Al final, Pimpinela, conscientes que de que amor es el único valor supremo, no quisieron despedirse con una pelea, sino con “Buena onda”.

Y así salimos de un concierto en el que, si bien sabíamos a lo que íbamos (la grandeza de Lucía y Joaquín) nos terminamos encontrando con lo desconocido: la grandeza de Carlos, el fan fatal de Pimpinela.

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