Había una cosa que me confundía enormemente en mi adolescencia. No, no era, como muchos habréis aventurado, cómo es posible que los urinarios masculinos estén a rebosar de vellos púbicos (¿con qué potencia se saca la gente la churra para ir lanzando pelillos rizados por ahí?). Más bien me preguntaba por qué los fans de las novelas de fantasía escuchaban heavy metal. Yo, que siempre he sido más ñoño que dios con la música, veía las portadas con dragones, guerreros y espadones como pollas Jeff Stryker e imaginaba un mundo de fantasía y épica medieval. Y luego lo que escuchaba, más que a medievo, olía a laca. Lo cual no está mal en sí. Si acaso, ciertos aspectos del metal ochentero fueron más perjudiciales para la capa de ozono que todas las fábricas de la bahía de Algeciras.
Pero no nos desviemos del tema. Yo podía comprender que alguien escuchara Manowar y gritara ‘¡Por Crom!’. La épica es tan propia del metal como el bigotón lo es de Charles Bronson, pero las influencias medievales simplemente no estaban. Así que me frustré y, mientras devoraba volúmenes de la Dragonlance y mi gusto degeneraba progresivamente, perdía el tiempo escuchando de fondo música celta. Pero eso no era lo que buscaba: Me faltaban los gritos de guerra.
Así que me tiré por el progresivo, que siempre ha tenido una querencia importante por lo medieval, lo épico y lo ridículo. Y, normalmente, por hacer todo eso al mismo tiempo. Intenté escuchar, a instancias de algunos amigos, Blind Guardian, pero sus momentos medievaloides eran escasos, no estaban tan integrados en las canciones y, sobre todo, contaban con un cantante cuyas dotes vocales se parecen a un Andrés Montes cantando La Verbena de la Paloma.
Más o menos mientras afianzaba mi descenso a los infiernos del sinfónico, apareció esa maravilla llamada Napster. Si bien la primera canción que me bajé fue una de Sting (que era épica y medieval, pero no causaba vicisitud) y el primer disco completo el ‘Odessa’ de los Bee Gees (¡Su LP casi-progresivo!), la segunda cosa que puse a descargar fue… un tema de Rhapsody. Porque, en mi retorcida mente, nunca llegué a abandonar la esperanza de que alguno de esos disco de dragones realmente ofreciera lo que prometía la portada.
Fue cachondo descubrir que, de entrada, sonaba a un plagio del tema de Klaus Doldinger (transfuga progresivo al mundo de las bandas sonoras) para La Historia Interminable. Por lo que, lógicamente, seguí con el resto del disco. Y por fin encontré una obra definitiva de metal, medievo, épica, vicisitud (gracias a sus letras gloriosas) y sordidez. Porque ya sabemos que cuando a los italianos les da por la fantasía heroica, los resultados sólo pueden generar descojone.
Pero, no: éste no es un post sobre Rhapsody (ahora ¡OF FIRE!). Ya me he cansado de defender a este grupo entre metaleros clásicos y talibanes del progresivo. Ya sabemos que pocas cosas hay más obcecadas que un fan acérrimo del metal o del progresivo tradicional. Bueno, quizá uno que sea al mismo tiempo de la Sociedad Tolkien, votante del Partido Popular y fan de Barbra Streisand (dios mío: esa imagen me perseguirá en mis pesadillas). Si no quieren ver la belleza de contar con un teclista culturista con nariz de Battiato tocando homenajes a Bach, un guitarra llamado Luca Turilli que escribe letras en plan Tolkien sin haber leído ‘El señor de los anillos’ y narradores diciendo frases como “the ancient words are going to be pronounced…thanks to the cosmic power of the emerald weapon the book of the dead kept by the dark angel is now open…” con la afectación de un Laurence Olivier borracho, ellos se lo pierden.
No. Toda esta introducción es para dar un poco de backstory a mi amor por uno de mis discos sórdidos favoritos. De esos que se ponen a los amigos en las fiestas junto al vídeo completo de Tojeiro, Bárbara la Bárbara y el ‘Hocus Pocus’ de Focus. Voy a hablar del mejor CD de los hijos españoles de Rhapsody. Saurom Lamderth y su ‘Sombras del este’.
Un grupo de tipos de San Fernando que… ¡Un momento!. Si hay un lugar más sórdido que Italia del que pueda ser un grupo de metal progresivo medieval, ese es sin duda ese sitio tan íntimimente ligado a mi infancia (allí nació mi padre) y a recuerdos de mi tía atacando con leche tetal al resto de mis parientes. Parece ser que surgió de la disolución de un grupo llamado Rapid Heavy Flamenco. Si muero y mi espíritu se reencarna en un grupo de rock, quiero llamarme así.
Tras un primer disco sin mucha relevancia en el que el cantante demostraba ya su tremebundo estilo de sonrojante declamación que pronto podréis disfrutar, el grupo decidió hacer lo que todo freak musical quiere llevar a cabo tarde o temprano: realizar su propia adaptación de Tolkien. Y deben saber ustedes que canciones basadas en ‘El señor de los anillos’ hay para dar y regalar. Y si no me creen, miren aquí.
Musicalmente, y esto lo digo desde el punto de vista de alguien que, como ya he comentado, se tiró media juventud escuchando discos de rock celta (y, no amigos: no soy masoquista), el CD resultante me pareció muy bueno. Hay pasajes instrumentales que igualan a los mejores momentos de Celtas Cortos (esto es, cuando no les daba por el coñazo ska o el topicazo filo-cubano que tanto me revuelve las tripas) o, incluso, Gwendal. Pero claro, es del metal progresivo de lo que estamos hablando. Así que la vicisitud tiene que aparecer por alguna parte.
El CD comienza, como no podía ser menos, con un poema en élfico. Susurrado, por supuesto. Que para eso ya ha dejado Peter Jackson claro cómo se hacen estas cosas. Pronto entra una flauta y las guitarras eléctricas para hacer un bonito flashback a ‘El Hobbit’. El tipo suelta la primera gran gema, al tiempo que nos regala una lección de pronunciación de nuestro idioma que parece sacada de quinto círculo del infierno:
“Despiertass atturdido con un terrrrible doloor / la cajida te condujo a ssitio estremecedoor / anddas con cuidado porque tientas el horroor / tropiezas con un anillo y lo guardás en tu zurrón”.
Ahh… que maravilla. Como ‘Tunka’ cuando bebe tintorro, la última palabreja nos traslada inequívocamente a tierras hispanas. Empiezas a imaginar ‘El Hobbit’ escrito por Cervantes y te das cuenta de que, a lo mejor no habría sido más bueno, pero sin duda habría tenido mucha más gracia.
Luego se ponen todos los del grupo a gruñir frases y hacer coros ‘aaaaah’ ‘oooooh’ por aquello de decir que Gollum es malo y esquizofrénico…. Para pasar a unas bonitas gaitas de sonido claramente galleguil. Porque, por si alguno no lo sabíais, el también conocido cariñosamente como ‘instrumento del infierno’ suena distinto dependiendo de su procedencia. Y las gallegas suenan a sórdido.
El siguiente tema es una intro (¡progresivo!) que, repito, no tiene nada que envidiarle a los mejores discos de rock celta y que da paso a ‘El cumpleaños de Bilbo’.
Lo de «la mashyoría dddedddda-addd» es uno de esos momentos definitivos que, bien hacen que tires un disco por la ventana, bien certifican oficialmente el inicio de tu pérdida de contacto con el mundo real y el mal llamado buen gusto.
A continuación hay un pasaje con harpa que introduce una de las frases más gloriosas de todo el CD. Observen cómo los amigos de Saurom explican el paso del tiempo (no presente en la película de Jackson, pero sí en la psicodélica de Bakshi) entre que Bilbo le da el anillo a Frodo y éste se va de excursión:
“Las gentes de La Comarca / extrañaban como Frodo / conservaba su figura / desde que adquirió el Tesoro”
Desde entonces, cada vez que veo un Biomanán, pienso en Tolkien.
‘El bosque viejo’ narra parte de ese segmento de la novela que todo aquel que ha intentado adaptarla ha elegido sabiamente omitir. Para ello, Saurom nos regala la voz de una chavala a medio camino entre cantante de ópera y una pija de Serrano debido a su gran afición a las essssessss. La buena mujer intenta entonar un tema que, aunque hable del momento en el que los héroes están a punto de ser aplastados por un árbol, se mantiene todo el tiempo igual de monótono que una carrera de Fórmula 1 (¡Uy! Los siento, Vicisitud). Una vez despertados, continúa todo el rollo de Tom Bombadil que, lógicamente, nos saltaremos en atención al decoro y a la memoria de Tolkien.
A continuación, los hobbits llegan a la posada del Poney Pisador. Este fue el momento de un CD que más risa y vicisitud me ha producido en mi vida. Y ayer mismo me compré la banda sonora de Rick Wakeman para ‘La pasión de China Blue’. Sé de lo que me hablo:
Después de esta gran demostración de interpretación del método, los amigos de San Fernando nos regalan… ¡una muñeira!. Yo ya sospechaba que Bree, con tanta lluvia y buena gente sórdida, estaba justo al ladito de Boimorto (provincia Coruña; existe, lo juro), y Saurom me ha dado la razón.
El siguiente tema nos presenta a Viggo Aragorn. El cantante se pone en la piel del héroe y grita:
Si este estribillo desgarrado no te emociona, no sólo es probable que no tengas sangre en las venas, sino que además seguro que te espera una vida feliz y sin complicaciones. Porque nadie ha dicho que el camino de la sordidez sea fácil.
La emoción de este tema me deja siempre tan agotado que normalmente me salto la siguiente canción, sobre los jinetes negros. Que, además de flautas, incluye voces guturales. Y yo por eso no paso, que tengo el estómago sensible y siempre me creo que los cantantes van a echar una flema.
El segundo CD (porque, efectivamente, se trata de un trabajo doble. ¡Progresivo! ¡Épica!) se inicia con ‘El concilio de Elrond’. Tras otra bonita introducción medieval, los pobres letristas se proponen explicar lo que pasa aquí. Y, encima, en verso. Lógicamente, la canción dura más de 15 minutos. Los coros empiezan a aparecer con más fuerza a partir de este momento. Lo cual es bueno. Y malo. Porque lo que dicen es más difícil de entender que una película de Uwe Boll:
Justo después de este maratón progresivo, llega lo que todos esperábais: ¡El plagio/homenaje al Carmina Burana! Ningún disco épico-medieval que se precie puede pasar sin él. Sólo que en este caso, la letra no es muy variada:
Y, aunque parezca mentira, esta canción NO VA DE MORIA. A las minas de los enanos llegan en el siguiente tema, justo a tiempo para que el letrista nos regale otra magnífica rima forzada que haría palidecer de envidia a José María Cano:
A ver… Yo no sé élfico. Y no estoy orgulloso de ello. Sólo sé que siempre había escuchado lo de ‘mellon’ con acento en la ‘e’. Forzar una palabra inventada está bien. Hacerlo hasta que suene a producto de la huerta, mucho mejor.
Una vez los chavales salen de Moria, llega mi canción favorita del disco. Una balada de pegadizo estribillo en los que el grupo se enfrentaba al problema de tener que meter dentro todos los regalos que Galadriel le hace a cada miempro de la Compañía. Y son ocho. La opción tomada por el letrista es muy simple: Me paro cuando se me acaben las notas, pongo lo que queda en el librillo del CD y digo que el resto va susurrado. ¡Con dos cojones!:
Ya queda poquito para que acabe la aventura. Un bonito tema progresivo-rural sobre el viaje en barcas (del que no pondré ningún extracto porque no da nada de vicisitud) da paso a ‘La disolución de la compañía’. Una canción simpática con sus buenas dosis de chunguez y pasajes memorables de la que tampoco voy a hablar más porque, sinceramente, a estas alturas tengo la sensación de que escuchar varias veces otra canción de este disco para sacarle punta puede llevarme por el camino de Abdul Alhazred. Sólo queda decir que todo acaba con una lenta despedida y un bonus track oculto que resulta ser una versión acústica de mi tema favorito. ¡Qué más puedo pedir! ¡Pues la segunda parte! Los siguientes discos del grupo no han sido ni tan bellos ni tan graciosos. Necesito ‘Las dos torres’, que estoy seguro que alcanzará mis expectativas de rock, medievalismo, épica, chunguez y risa que hacen que un CD se convierta en un clásico.
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