La historia de la Cannon. Episodio 2.

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En el anterior artículo narramos la épica historia de dos productores israelíes que abandonaron la inseguridad de su tierra natal para conquistar los Estados Unidos. Su visión: crear un gran estudio de cine. Su realidad: la misma intuición artística que Santiago Rouco en coma cerebral.

A finales de 1984, la empresa iba viento en popa. Los proyectos para el año siguiente pintaban bien. Por un lado, tenían a Charles Bronson con ‘Death Wish 3’. Golan y Globus habían comprado los derechos de la serie con el buen olfato de entender que el derechismo extremo era lo que caracterizaba el cine de acción de la nueva década. ‘Death Wish 2’ fue su primera producción, pero no se trataba de un producto 100% Cannon. Esta tercera parte, sin embargo, es la viva imagen de lo positivo de la compañía. Y por ‘positivo’ no quiero decir ‘bueno’. Más bien que es tan desvergonzada y violenta que acaba siendo la más divertida de la serie. Hasta tuvo un juegazo de ordenador que sin duda se sitúa en la prehistoria del ‘Gran Theft Auto’ por lo bestia de su desarrollo y por cómo explotaban los malos cuando les endiñabas con el bazoka a bocajarro. Por otro lado, seguía pendiente el estreno de la ya rodada ‘Deaparecido en Combate 2’, a la que se agregaba el nuevo Chuck Norris ‘Invasión USA’. A estos dos puntales de la Cannon se uniría una nueva estrella del cine de acción barato ochentero: Michael Dudikoff, protagonista de ‘El Guerrero Americano’.

Con la caspa de acción bien asentada, los Go-Go-boys (apodo que les puso la prensa especializada por su propensión a dar luz verde a todo tipo de proyectos, independientemente de su calidad) volcaron toda su atención en ‘Lifeforce’. Nuestros onvres contrataron para dirigirla a Tobe Hooper, recién salido de su antológica pelea con Spielberg por ‘Poltergeist’. Se supone que asumían que el realizador fue el responsable del éxito de la película. Como bien se ha encargado el propio Hooper de demostrar con los años, Menahem y Yoram se equivocaban.

El flim resultó mal. Lo único realmente memorable era que la protagonista pasaba todo el metraje paseando por Londres en pelota picada. Pero ni por esas consiguieron una taquilla decente. El revés, sin embargo, no fue catastrófico. Los ingresos de ‘Death Wish 3’ e ‘Invasión USA’ (la cuarta película en importancia de la compañía según taquilla) no sólo salvaron la situación, sino que además demostraron que los 80 son irrepetibles. Para bien o para mal. Quizá para mal. Además, por fin ocurrió algo que no sólo sorprendió a toda la industria del cine, sino que hizo que más de uno se replanteara el número de dimensiones del universo: Cannon hizo su primera gran película. Una que no es simpática porque la vimos de niños y Chuck nos hace ahora gracia. Que no era cutre. Y, más importante, que no tenía ninjas. El título: ‘El tren del infierno’. Recuerdo cuando vi por primera vez esta película de Andrei Konchalovski (que ya había trabajado para Menahem y Yoram en la regularcilla ‘Los amantes de María). Quizá haya trampa (al fin y al cabo, la Cannon no era la única productora), pero recuerdo mi estupefacción cuando la cogí en video y resultó ser bastante buena. Porque sí: yo tenía 11 o 12 años, pero ya sabía que las famosas carátulas Ízaro-Cannon nunca deparaban nada bueno. Siempre he sido así de repelente.

Pero tampoco hay que sacar las cosas de quicio. La compañía seguía firmemente cimentada en la bazofia. Respondiendo un poco tarde al éxito de ‘En busca del arca perdida’, Golan hizo su primer intento de saga de aventuras. La idea de base no estaba mal: adaptar ‘Las Minas del Rey Salomón’. La verdad es que el nombre de Allan Quatermain tiene una sonoridad que nada tiene que envidiar al de ‘Indiana Jones’. Claro está que la Cannon le dio su tratamiento casposo habitual. Con más estereotipos que ‘Tintín en el Congo’ y más chistes malos que un ‘Genio y figura’, el flim es hoy en día un clásico del subgénero ‘tan mala que es buena’. Además de Richard Chamberlain y John Rhys-Davies (importado de ‘En busca del arca perdida’), la película es recordada por ser el primer papel protagonista de Sharon Stone. A la tipa se le subió la cosa tanto a la cabeza que se rumorea que en el rodaje de la secuela (pues, los Go-Go Boys, tan ahorradores como siempre, volvieron a filmar dos películas a la vez) todo el equipo se meó en una gran olla donde metieron a la actriz.

El mundo seguía, ‘El tren del infierno’ estaba nominada a varios Oscar, ‘Delta Force’ arrasaba en taquilla y Menahem producía tanto una película con un orangután psicópata como ‘Cobra’. Ambos filmes no tienen relación.
Para su primer intento de trabajar con una estrella clase A (y es que nadie era tan grande como Stallone a mediados de los 80), los primos tuvieron que unirse con Warner. Dado los casi 50 millones de dólares recaudados sólo en Estados Unidos, a Menahem le quedó la espina clavada de no haber podido financiar la cosa él solito y se prometió que pronto haría su propio blockbuster con Stallone. Famosas últimas palabras.

Por otra parte, mientras Menahem volvía a fallar en Cannes (esta vez con un ‘Othello’ protagonizado por Plácido Domingo), parece ser que se encontró con el sórdido perturbado por excelencia del cine francés: Jean-Luc Godard. Tan desesperado tenía que estar nuestro amigo israelí por conseguir un premio, que firmó un contrato con el director en una servilleta para financiarle su próximo proyecto. Lo que le dio el amigo Godard a cambio fue algo sólo comparable al propio soporte del acuerdo. Con el título de ‘King Lear’, y, por supuesto, sin tener nada que ver con Chéspir, la película resultó un pestiño pretencioso y, al mismo tiempo, sórdido y desvergonzado en la que salían Woody Allen, Molly Ringwald y el propio Jean-Luc con peluca de rastafari diciendo sandeces en algo parecido al inglés. Lógicamente, el pinículo no se comió nada ni siquiera en los circuitos de festivales de cine. Y ya sabemos que ahí cuela cualquier cosa.

La maquinaria de producción funcionaba a toda mecha. Entre el buen puñado de títulos producidos o distribuidos en el 86, se hicieron algunas películas con un presupuesto medio. ‘Firewalker’, otra vez con Chuck Norris, era el segundo intento sin éxito de plagiar ‘En busca del arca perdida’. La cosa acabó aceptablemente en cuanto a la taquilla gracias al tirón de Chuck por aquellos entonces. Pero su efímero reinado en los cines estaba empezando su declive. Tobe Hooper volvió a intentarlo con un remake de ‘Invasores de Marte’, que a nivel de producción hacía todo lo posible por parecer una peli de la Amblin. Pero ni ésta ni la depravada (aunque divertida en su chunguez) secuela de ‘La matanza de Texas’ consiguieron resultados distintos al descojone general.

Con todo, Menahem y Yoran decidieron diversificar la oferta y poner en marcha una serie de películas familiares con actores de renombre basadas en relatos infantiles clásicos con el objetivo de traumatiz… quiero decir, deleitar a los niños en sesiones materiales de fin de semana en sus cadenas de cines. Las cosas empezaron mal cuando Menahem avisó que la idea primigenia de irse a Hungría a rodar (por aquello del ambiente de cuento) se iba a abortar. En su lugar, acabarían en la maravillosa y encantada tierra de Israel. Con, como no, el equipo usual de la compañía. Según comentaba Len Talan, director de un par de los filmes, “Recuerdo largas charlas con los equipos de efectos especiales y construcción acerca de cómo destruir la casa de la bruja (en ‘Hansel y Gretel’). Algunos querían volarla por los aires, un efecto visual no muy de cuento de hadas.” Pero sí muy Cannon, añadiría yo. Los presupuestos eran muy bajos, y, siguiendo la táctica ya conocida de rodar dos películas a la vez, los equipos se peleaban por conseguir los limitados recursos de los que se disponía. Las propuestas ‘estrellas’ eran más bien de segunda, pero consiguieron engañar a gente solvente como Isabella Rossellini, Amy Irving, Christopher Walken o David Warner (este último, bastante habitual en caspa de todo tipo de todas maneras). Se hicieron nueve películas y, efectivamente, ninguna era especialmente buena.

Y, con esto, estamos ya en 1987. El año de la debacle. El final del sueño de Menahem. Pensando que lo de ‘Lifeforce’ fue sólo mala suerte, los Go-Go-Boys pusieron en marcha no una, sino cuatro superproducciones. El pequeño problema de falta de liquidez y cómo pagar los intereses de los préstamos era algo que ya se resolvería.

Yo, el halcón: Como ya he comentado, es probable que Menahem estuviera frustrado por las ganancias perdidas de ‘Cobra’ debido al régimen de co-producción. Así que volvió a intentar atraerse a Stallone, esta vez para él solito. Para no dejar escapar a la estrella, se ofreció él mismo para dirigir una historia de esas ‘de superación personal’ escrita por el propio actor, amén de ofrecerle el mejor contrato de la historia reciente. Acuerdo que dejaba muy poquito dinero para la producción en sí. Ya saben, esas tonterías de pagar al equipo, comprar película… Con estos juegos con la liquidez de la compañía, no es de extrañar que un ejecutivo comentara: “Tenían reputación en la ciudad de no pagar las facturas. (…) Nunca he trabajado en un lugar en el que la gente tuviera mayor falta de respeto por los directivos de la compañía”. El mismo trabajador cuenta que no sólo se descojonaban de Menahem y Yoram (llamándolos ‘Mo & Yo’). Al menos ellos trabajaban por amor y tomaban decisiones locas pero valientes. El jefe de distribución, sin embargo, se traía compañía a la oficina a la hora de comer para un polvete rápido. “Esos tipos generaron su propia falta de respeto”, concluye el mismo ejecutivo.

Respecto a la película en sí, se trataba de un clon chorra de Rocky, sustituyendo boxeo por un campeonato de pulsos (¿!) y añadiendo una trama de amor paterno-filial. Como siempre con la Cannon, nada especialmente original o sutil. ¡Cómo va a prestarse a sutilezas unos señores que, para el tema principal de esta película, sustituyeron a John Wetton por Sammy Hagar!
Recuerdo todos mis compañeros de colegio bastante emocionados con el flim y echando pulsos a todas horas. Yo, como siempre he sido un nerd endeble y negado para los deportes, no entraba en esos grupillos, pero sí que disfrutaba de la emoción de mis compañeros cuando hacían el ‘movimiento especial’ de Stallone para intentar ganar. Llave especial, dicho sea de paso, que le valió a Menahem una denuncia por plagio. Ese amor de los estadounidenses por las denuncias absurdas nunca dejará de sorprenderme.

Superman IV: Si una estrella era algo esencial para una superproducción, el siguiente paso de Yoran/Globus fue buscar franquicias. La primera opción era comprar una preexistente. Superman III había funcionado relativamente bien en taquilla, pero los Salkin (productores originales) se habían dado cuenta de que la cosa no daba para más. Así que le vendieron los derechos a la Cannon. Los israelíes firmaron un acuerdo con Warner, que incluía un adelanto por los derechos de distribución. Menahem consiguió atraer a Christopher Reeve con las promesas de hacer la película basándose en una idea del actor, dirigir la posible secuela y producirle un proyecto ‘serio’ (el resultado fue ‘El reportero de la calle 42’, que, curiosamente, resultó ser de lo más aceptable de la línea de filmes ‘serios’ de la compañía). Para Gene Hackman, como buen mercenario, les valió sólo un buen cheque. Para Margot Kidder supongo que bastó un bocadillo de chope y un lingotazo de Don Simón. Intentaron contratar a Richard Donner y Richard Lester, pero ambos, con una clarividencia que deja a Rappel en pelotas (¡arg!), pasaron. Lo que sí consiguieron es apalabrar todo el equipo que ya había trabajado en las anteriores partes de la saga.

Las intenciones eran buenas. Pero cuando llegó el momento de rodar, el dinero, simplemente, no estaba, pues Cannon tenía unos treinta proyectos en producción. El presupuesto original de 36 millones se quedó en 17. Medio equipo abandonó la película por disputas salariales. Toda la subtrama en la que Superman se enfrentaba a su versión bizarra tuvo que adaptarse al no poder afrontar el coste de duplicar a Christopher Reeve en pantalla. Porque el presupuesto para efectos bajó. Y mucho. Los planos de vuelo acabaron estando a la altura de ‘Supersonic Man’. Aunque lo mejor fue esa escena en la cual Superman tenía que reconstruir la Muralla China a supervelocidad. Como no había dinero para eso, lo que finalmente apareció fue una especie de tente que el hombre de acero reconstruía… ¡con sus rayos láser! ¡No sabía que servían para eso! ¡Y probablemente él tampoco! En su autobiografía, Reeve describe la película como “Simplemente, una catástrofe de principio a final”. Y así respondió la taquilla.

Masters del universo: En 1982, Mattel tenía preparados unos muñecos que iban a acompañar el lanzamiento de la película ‘Conan, el bárbaro’. Al ver lo violento del resultado, decidieron coger la figura del protagonista, ponerle un pelucón rubio y adaptar el producto a un universo original. Así nació ‘Masters del universo’.

Flash fordward cinco años. La moda de plagios de Conan ha pasado. La de ‘Masters del universo’ también. Y Cannon va y pone en marcha dos filmes cutres de bárbaros de bajo presupuesto y compra los derechos de He-Man para hacer una superproducción.
Las películas de serie B fueron ‘Gor’ (espantosa) y ‘Los hermanos bárbaros’, para la que sólo se les ocurrió contratar al autor de ‘Holocausto caníbal’, Ruggero Deodato. Aprovecho la ocasión para agradecerles la creación de este finstro de película, pues proveyó a este blog de múltiples visitas en sus primeros meses de vida. De todos los plagios de ‘Conan’, sigue siendo la que más fascinación ejerce entre los freaks del subgénero, que son legión.

Respecto a ‘Masters del Universo’, al igual que con ‘Superman IV’, las intenciones iniciales no eran del todo malas. Como protagonista, una vez Stallone pasó del papel, se escogió a, precisamente, su oponente en ‘Rocky IV’: Dolph Lundgren. Vale, como actor no era gran cosa, pero eso nunca ha sido necesario para convertirse en una estrella de acción. Además, no era Miles O’Keefe. Para el papel de Skeletor se buscaron a un buen actor, Frank Langella. Además, el presupuesto fue de 22 millones de dólares, el más caro en la historia de la compañía. Lamentablemente, dicho dinero, aunque generoso (¡incluso contrataron a Richard Endlund!), no llegaba para una película de estas características. Así que se tomó la típica decisión de flim fantástico cutre. No, no es ‘hagamos la secuela en el espacio’, sino la también muy recurrente ‘hagamos que viajen a la tierra’. Efectivamente, Eternia se quedaba en nada y, en su lugar, se optó por trigésimo novena vez por el socorrido remake de ‘Tarzán en Nueva York’.

Vista hoy en día, la película es simpática si se ve con el estado de ánimo adecuado. Esto es, si ese mismo día se te ha muerto el canario, te han suspendido todas las asignaturas o tu jefe ha decidido administrarte una sonda anal. Esos momentos en los que te das cuenta de que una mala película no es para tanto si al menos te ríes de sus chungueces.

Como en el caso de ‘Superman IV’, también había planes para hacer una secuela. Pero, finalmente, el resultado en taquilla de 17 millones en Estados Unidos no lo permitió. Ahí entró un viejo conocido de este blog para rescatar el guión y los escenarios ya construidos…

Spiderman: Albert Pyun. El Uwe Boll de los 80. Un hombre con un estilo visual propio, pero con una capacidad narrativa nula. Y una obsesión malsana en cyborgs que, en lugar de liarse a tiros, se matan a patadas de kickboxing. La primera película del director con la Cannon fue una tal ‘Dagerously Close’, seguida de la horterada ‘Alien from L.A.’. Gracias a la rapidez con la que rodaba, convenció a Golan y Globus de que le dejara filmar tanto la secuela de ‘Masters del Universo’ como ‘Spiderman’ al mismo tiempo. Porque resulta que Menahem había comprado a Marvel los derechos de Spiderman y Capitán América cuando a nadie le interesaban las franquicias de superhéroes. Nuestro amigo vio el futuro y se adelantó a su tiempo. O, simplemente, será que nadie hacía películas de superhéroes en aquella época porque costaban un riñón.

Para el papel de Peter Parker se había hablado en el 86 de un tal Scott Leva, especialista de profesión, con una experiencia actoral a la altura del proyecto: es decir, casi ninguna. Con todo, el propio Stan Lee estaba a favor del casting, según comentó el actor en una reciente entrevista (en la cual también revela que Menahem quería a Tom Cruise para el papel). Como siempre con la Cannon, las cosas empezaron bien. El primer guión era bastante bueno, pero poco a poco fue convirtiéndose en algo similar a papel higiénico usado, y hasta el propio Golan llegó a escribir un borrador. Bob Hoskins iba a ser el doctor Octopus (no pudo ser, pero finalmente logró protagonizar su propia película fantástica de mierda: Super Mario Bros). Sin embargo, con tantos recursos (o, mejor dicho, con la falta de ellos) invertidos en ‘Masters del universo’ y ‘Superman IV’, el proyecto se fue posponiendo hasta la entrada de Pyun para rescatar la franquicia antes de que los derechos expiraran. A dos semanas de comenzar el rodaje (Leva ya no era el protagonista y el propio Pyun no recuerda quién fue el elegido), Cannon devolvió los derechos a Marvel. ¿Qué hubiera pasado si la película se hubiera realizado? Pues muy sencillo: algo así como la versión de ‘Capitán América’ que el mismo director realizó para Golan tres años más tarde con un presupuesto aproximado de cuatro pesetas y un cheque de 6 puntos VIPs.

Por su parte, los derechos de ‘Masters del Universo’ también fueron devueltos a Mattel, a la que se le debía un buen pico. Pyun cogió por banda el guión de la secuela y la convirtió en los que todo el mundo espera ver en una película fantástica: una épica de cyborgs postapocalípticos protagonizada por el futuro héroe de la serie B.

Jean-Claude Van Damme era un experto en kickboxing que quería ser actor. La leyenda cuenta que un buen día se plantó en el despacho de Menahem (otra versiones sitúan el evento en la calle) y le lanzó una patada a la cara que se quedó a medio milímetro de impactar en el israelí. Convencido ante tal demostración de calidad interpretativa, le produjo ‘Contacto sangriento’, cuyo estreno a principios del 88 recaudó diez veces su presupuesto. Golan tenía un nuevo Chuck Norris en sus manos, pero ya era tarde. La compañía estaba al borde de la bancarrota. ‘Cyborg’, la épica vandamiana nacida de las cenizas de ‘Masters del Universo II’, no pudo sanear las cuentas, y fue la última producción Golan-Globus. A lo largo de 1989 se distribuyeron los últimos retales de la compañía, incluyendo un ‘American Ninja 3’ sin Michael Dudikoff y una versión de ‘Viaje al centro de la tierra’ que, en realidad, eran diez minutos rodados sobre la obra de Verne con una secuela de ‘Alien from L.A.’ de Pyun pegada detrás. Todo con el fin de cumplir compromisos con distribuidores extranjeros cuando se encontraron sin dinero para terminar el rodaje.

Golan culpó a Globus de los problemas financieros y las cuentas sospechosas que atrajeron una investigación estatal. No volvieron a hablarse durante años. Yoram se quedó con la marca cuando la compañía fue comprada por MGM (en un acuerdo que más tarde también atraería varias denuncias por irregularidades). Siguieron apareciendo títulos bajo la bandera de la Cannon, pero ya no era lo mismo. Menahem fundó 21st Century Productions. La historia de la compañía más fascinante y casposa de los 80 había terminado, y ya rara vez se verían en los cines desaguisados similares. Aunque todavía queda un:

Epílogo:
Una historia como la de la Cannon no podía tener un final convencional. Más bien se merece un broche de oro lleno de vicisitud. Y eso es lo que nos dieron los primos en 1990. Todos aquellos que odiamos las modas latinoamericanofílicas (que no a latinoamérica en sí, dios me libre) recordamos con terror y diarreas la Lambada, plaga lamentable que asoló el pachangueo playero de aquel verano. Pues bien, el fenómeno fue global, pues también caló en los calorros americanos. Golan, en una jugada digna de los mejores productores ‘exploitation’ de los 60 y 70, anunció el rodaje de ‘Lambada’. Registró el título, cogió un guión del subgénero de ‘profesor inspiracional’ que tenía en un cajón del despacho y le encargó al director de ‘Breakin’’ (el mayor éxito de la Cannon) la realización de la película.
Pero, en la mejor tradición de rivalidades familiares, Menahem anunció su propio proyecto de Lambada. No tenía el título, pero fue más rápido y se agenció los derechos en exclusiva de la canción en sí. El mundo tenía en producción una película llamada ‘Lambada’ sin la canción ‘Lambada’ y otra sin ese título, pero con la copla en cuestión. ¿Señal de la decadencia de la civilización occidental o regodeo para los amantes de los avatares de la serie B? ¡Ambas cosas!

La película de Menahem se tituló ‘El baile prohibido’, y se escribió, según la IMDB, en diez días, basándose en una idea de un par de guionistas (que, además, tenía su mensaje ecologista y todo) de camino a la oficina del productor. Eso ocurrió en Diciembre de 1989. A finales de Enero se estaba rodando, con fecha de estreno en Marzo, justo el mismo mes que el filme rival. Increíblemente, incluso consiguió terminarla antes.
El 8 de Marzo, Menahem puso un anuncio en Variety: “Estoy orgulloso de haber tenido la oportunidad de crear el primer y único filme original sobre la Lambada que real y verdaderamente representa el baile de la lambada”. No, Menahem no es un iletrado. Se trataba de repetir el mayor número de veces posible la palabra sobre la que NO tenía derechos, por aquello de joder a su primo.

En vista de que su Golan se le había adelantado, Globus le apretó las tuercas a su equipo, que terminó la postproducción de su película en once días. Ambas obras maestras se estrenarían… ¡en la misma fecha!

A pesar de asegurarse el uno la distribución de Warner y el otro la de Columbia (recuerdo cómo esta última incluso se gastó sus buenos cuartos en promoción en España), ambas películas se fostiaron en taquilla.

Con el tiempo, los primos hicieron las paces (“En el fondo, somos familia”, decía Menahem), pero, a pesar de anunciar nuevos proyectos y de seguir en activo, no han podido reverdecer laureles.
“Nuestro único crimen es que amamos el cine. No nos ves en el club de polo, en la pista de tenis o en fiestas. Nos ves en la oficina siete días a la semana”. Efectivamente, Yoram. Por eso estáis entre los grandes de la historia del cine. Esa que no debe narrar sólo la vida de los magnates y directores de siempre, sino de todos aquellos que realmente aman el medio, independientemente de sus triunfos y miserias.

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