Literatura masoquista: Las Crónicas de Thomas Covenant, el Incrédulo

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Hola, me llamo Paco Fox y he leído nueve libros de la Dragonlance.


Así debería empezar cualquier conversación sobre literatura. De esta manera, el interlocutor estará, de entrada, prevenido ante tres hechos:

a) Que soy un freak
b) Que mi cota de tolerancia hacia el género fantástico no sólo supera con creces lo saludable, sino que más bién coge lo saludable, le da una paliza, lo emborracha y lo enrola en la legión extranjera.
c) Que me pongo voluntario para ser objeto de cachondeo.

Mi problema es que no puedo parar de leer libros de fantasía heroica. Y todo aquel que ha entendido la carga trágica de la primera frase del artículo sabrá que he tenido que lidiar con mucha mugre. Aunque, gracias a dios, nunca he caído en las garras de R.A. Salvatore o Christopher Paolini, mi infancia me llevó por los tortuosos caminos de, por ejemplo, Margaret Weis y Tracy Hickman.

Con todo, el haber seguido durante la adolescencia toda la obra de estos dos personos es hasta disculpable. Personos que, a propósito, son una munjé y un onvre, a pesar de lo que parece indicar el nombre ‘Tracy’. Una vez me comentaron que los de la empresa de rol que los contrataron le pusieron el pseudónimo para poner calentorros a los adolescentes. ¿Dos mujeres freaks escribiendo sobre dragones? Eso sí que era una fantasía sexual casi a la altura de María Whittaker en la portada del Barbarian.

La trama es más sencilla que… bueno, más sencilla que el inicio de un juego de rol. Un guerrero, un semi-elfo, un mago, un enano, un caballero y un plagio de hobbit que hace de ladrón (esto parece un chiste de ‘un alemán, un francés…’) se reúnen en una posada y emprenden una aventura para derrotar a la Entidad Indeterminada Maligna® mediante el uso del Objeto Mágico® Dragonlance, que es, como su propio nombre indica, una lanza de dragones. Para matarlos, supongo. Aunque también había dragones buenos. Creo. Yo qué sé. Ya no me acuerdo de casi nada.Y, básicamente con esto ya tienen para tres libros, a lo largo de los cuales se suceden las peripecias sin dejar de escuchar, como dicen en la página de ‘Book a minute’, dados rodando de fondo. Luego se liaron con una secuela (también, como no, trilogía) de cuya trama no recuerdo casi nada excepto que viajaban en el tiempo y había un poco del subgénero “era él”.

Más tarde, seguí leyendo otras series de los mismos autores. Algunas no del todo malas (‘El Ciclo de la Puerta de la Muerte‘ era demasiado largo pero, al menos, no plagiaba a Tolkien) y otras totalmente what-the-fuck (‘La espada de Joram‘, que a eso del tercer libro mutaba como pez de Springfield y se convertía en ciencia ficción con naves espaciales y todo).

Pero era joven, sin criterio, en un pueblo con pocas opciones para comprar libros y tremendamente freak. Lo que todavía no entiendo es cómo, con ya una edad respetable, peinando canas y, sí, todavía freak, me dio por meterme en el estupefaciente mundo de ‘Las Crónicas de Thomas Covenant, el Incrédulo’.

Esta serie fantástica escrita por Stephen R. Donaldson es famosa por dos motivos. El primero es que se trata de una de los primeros éxitos en el género de fantasía sobre un mundo secundario después de la fiebre Tolkien. Publicada en 1977, coincidió más o menos en el tiempo con el primer libro de Shannara de Terry Brooks, y ambos arrasaron en ventas aprovechando que en más de dos décadas a nadie se le había ocurrido plagiar a ‘El Señor de los Anillos’.
El segundo motivo es que el manuscrito original fue rechazado por cuarenta y siete editoriales. Lo repetiré en número, por si acaso: 47. Y luego fue un éxito de ventas (e incluso un poco de crítica). Otra muestra clara tanto de que nadie sabe nada en el mundo del entretenimiento, como de que el universo es poliédrico y tiene catorce dimensiones espaciles y dos temporales. Si no, no se explica.

¿Y de qué van las crónicas estas? Pues a ver. Primero tenemos los elementos Tolkien:

– Un mundo fantástico (llamado, en un alarde de economía de palabros, ‘The Land’) con más terreno verde que los fondos del retrete de la casa de mi hermano y con su tierra oscura con menos vegetación que Galicia después del verano.

– Un héroe con un anillo. No, en serio. Cuando me lo contaron por primera vez, creí morir de vicisitud. Donaldson se justifica diciendo que lo del anillo ya estaba en la mitología germánica, y que de ahí es de donde su obra toma la mayor parte de los elementos. Así queda más culto y, al menos, tiene su parte de razón. No como el pesado de Tad Williams que en ‘Añoranzas y pesares’ invocaba al espíritu de ‘Guerra y paz’ en un claro aviso al lector de que la obra no tendrá nada que ver con la narrativa rusa del diecinueve ni, especialmente, con ‘Guerra y paz’. (He de decir que tardé 3 años en leer, de manera intermitente, el primer libro del Williams. Y que, aun así, seguí con el resto de la serie. Porque esto de las sagas fantásticas es como las pajas: una vez que empiezas, ya te las acabas).

– Un malo incorpóreo conocido por el sutil nombre de ‘Amo execrable’. Hay que ser hijoputa para llamar así a alguien. Seguro que los compañeros de clase no se le arrejuntaban y, claro, acabó destrozando el mundo.

– Unos sirvientes de la oscuridad que son espectros y que, esta vez, andan poseyendo a la gente en plan ‘Hidden’, pero sin bichos que pasan de boca en boca. Más higiénico.

– Gente de los bosques que viven en los árboles, los cuales, en acto de contención depredadora de Donaldson, no son elfos, sino humanos.

– Los orcos y goblins de toda la vida, aquí llamados Ur-viles y Cavewights respectivamente, aunque son conocidos cariñosamente por los protagonistas como ‘esos tocapelotas sin pelotas’.

Estos son los elementos tolkiendilis. Donaldson, sin embargo, no es un mero plagiador. Así que aporta su propio punto de vista. Esa visión es lo que hace que le tenga cariño a la obra. Donde Tolkien era un poco meapilas, Donaldson cogió por la vía dura y realizó una versión bestia y, sobre todo, sórdida, de ‘El Señor de los Anillos’. Nada de mariconadas: el tal Thomas Covenant (Tomás Alianza, esto es, Tomás Anillo… ¿sutil, eh?) es un hideputa impresionante. Un tipo extremadamente molesto con serios problemas mentales derivados del pequeño contratiempo que supone ser leproso y que te haya dejado la mujer, probablemente harta de encontrar tropezones en la comida cuando le tocaba cocinar a él. Además, lo primero que hace al ser transportado desde nuestro mundo a The Land y recuperar su sensibilidad en el miembro viril es… ¡violar a la primera que se encuentra! Vaya mierda de embajador terráqueo.
Esto podría hacernos suponer que el resto de la novela es una bonita orgía de gorrinadas en plan ‘Gor’ (fantasía sadomaso para los que no lo sepan. Y espero que seáis todos). Pero no. El amigo Tomás añadirá el sentimiento de culpa a su carga de perturbaciones mentales durante todos los libros (y van siete), convirtiéndolo en todo un coñazo de hombre. Menos mal que, para la segunda trilogía, el autor nos pone a una protagonista (Linden Avery) que, en un alarde de sordidez americana, está inspirada físicamente en Susan Dey, la abogada de ‘La Ley de Los Ángeles’.

Veamos a continuación cómo resume la trama de las dos primeras trilogías la excelente página ‘Book-A-Minute’. Os aseguro que básicamente es eso (¡Ah, sí!: ¡SPOILERS AHEAD!):

LAS PRIMERAS CRÓNICAS DE THOMAS COVENANT

Lord Mhoran: Thomas Covenant, eres el salvador de ‘The Land’.

Thomas Covenant: Que te jodan.

(Thomas Covenant salva a ‘The Land’)

FIN

LAS SEGUNDAS CRÓNICAS DE THOMAS COVENANT

Thomas Covenant: Soy el salvador de ‘The Land’.

Linden Avery: ¿Puedo ayudar?

Thomas Coventant: Sobre mi cadáver. (muere)

(Linden Avery salva a ‘The Land’)

FIN

Ahí lo tenéis: ya os han ahorrado un buen puñado de horas de lectura. Si alguno insiste de todas maneras en someterse a la tortura de aguantar al amigo Tomás a lo largo de seis libros, ha de estar avisado de unas cuantas cosas: De entrada, que esto no va de intrigas palaciegas como ‘Canción de Hielo y Fuego’ o aventuras cortacabezas en plan Conan. Más bien trata de un tipo lamentable que se pasa un puñado de libros siendo un malaje simplemente porque piensa que todo lo que le pasa es producto de su imaginación. En segundo lugar, que son libros difíciles de encontrar en español, por lo que tuve que leerlos en inglés. Y Donaldson, para demostrar que es culto, se mata a utilizar palabros. Después de averiguar cómo algunos angloparlantes tuvieron que dejar el libro porque no entendían ni pijo, mi ego subió más alto que la antorcha humana con un ataque de aerofagia. Más tarde, releyendo los términos de la discordia en Internet (cosas como ‘chasuble’, ‘chrism’ o ‘coquelicot’; efectivamente, hay gente que ha hecho un diccionario en la red de esto), me di cuenta de que yo tampoco tenía ni idea del significado. La diferencia estaba mi determinación de acabar el libraco.
Finalmente, todo buen sórdido ha de saber que se dice que la canción ‘Home by the Sea’ de Génesis (etapa Pil) está basada en un momento de las Segundas Crónicas. Y, sí, es un dato irrelevante. Y no, no me avergüenzo de hacer gala de mi frikismo llamando la atención sobre él.

Lo más curioso de todo es que Donaldson, en un momento Lucasiano, se desmarcó hace unos años diciendo que, realmente, la historia no termina en las segundas crónicas, y que él siempre tuvo pensada una continuación mientras las escribía. Así que, ni corto ni perezoso, ha empezado a publicar ‘Las Últimas Crónicas de Thomas Covenant’, que esta vez, y para ir de original, va a ser una TETRALOGÍA. Y lo peor no es eso. Lo más chungo es que no sólo me he leído el primer libro (en el que, por si alguien se lo pregunta, el impresentable de Covenant vuelve a aparecer no se sabe muy bien cómo y que apunta a viajes en el tiempo con unas secuelas ‘era yo’ de dimensiones psicocósmicas), sino que además sé que continuaré con los otros tres. Porque ya os lo he dicho: las sagas de fantasía son como las pajas. Cuando haces pop, ya no hay stop.

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