No me gusta escribir de las cosas que aborrezco. Va en contra del espíritu de este blog. Pero hay un onvre que lleva unos meses proporcionándome unas risas tremendas. Os presento a la culturetez ida tanto de madre que se convierte en auto parodia. Os presento a G. Sanz.
G. Sanz es crítico musical. Como todos sabréis, la peor especie de periodista que existe. La crítica es una profesión espinosa, pues casi siempre implica subjetividad. Pero algunos al menos tienen a qué agarrarse. Los críticos literarios se pueden centrar en la corrección del estilo o analizar estructuras. Los de cine en la calidad técnica de la realización o el montaje. Los de teatro en la puesta en escena. Pero, ¿qué hacen los de música? De entrada, no suelen tener ni idea de teoría ni de técnica. Además, no pueden hablar de ello, pues a menudo les gustan cosas que están mal interpretadas (nunca olvidaré una reseña que leí hace años que alababa la agradable impericia instrumental del grupo. O sea, que eran más malas que la carne de perro).
Tampoco pueden basarse, como sus compañeros de otras disciplinas, en la originalidad, pues todos sabemos que, en el fondo, todas las canciones pop o rock que critica esta gente son iguales.
Por lo tanto, los críticos de música popular no saben qué puñetas decir a la hora de hablar de un disco. Imaginaos la tarea de describir un cd de rap: “Bien, err… un señor cabreado… er… bueno… recita y… arr… samplea… y me gusta… más o menos… ¿He dicho que está cabreado?”. Con eso no se gana uno el pan. Así que lo mejor es recurrir a ese viejo amigo del diletante: ¡el lenguaje florido!
Todo esto viene a que G. Sanz (la “G” es de “Gerardo”, pero como nunca hay espacio en sus reseñas, se suele acortar. O es para que nadie le rime con “nardo”. Vaya usted a saber), uno de los críticos del suplemento Metrópoli de El Mundo, ha elevado el lenguaje florido a cotas de absurdez cultureta que no pueden causar otra cosa que el descojone.
Todo empezó un buen día que un compañero de trabajo trajo la revista y yo tenía poco que hacer. Normalmente, en este tipo de críticas leo lo que tiene menos puntos, pues las pocas veces que mis músicos favoritos han aparecido reseñados aquí, en el antiguo País de las Defecaciones o esa abominación a los ojos de Dios que es la Rock de Luxe, se han llevado más palos que Yamcha en el Torneo de Artes Marciales. Pero, mire usted por dónde, ese día leí al azar una de varias estrellitas. Estaba firmada, como no, por ente onvre. Vamos a analizar el escrito:
TROY VON BALTHAZAR (Troy Von Balthazar)
“Nacido en Chicago y criado en Hawai…”
Quiere decir: “No sé cómo empezar la reseña y pongo algo irrelevante que sólo parece ser relevante”
“… el que fuera vocalista de Chokebore debuta en solitario con…”
Regla número uno de la crítica: cito un grupo que no conozca ni dios para hacer ver que YO sé más que TÚ.
“…un álbum compuesto en casa de Leonard Cohen y grabado en el estudio de Elliott Smith.”
¿Es una metáfora? ¿O es que Cohen acoge a jovencitos en su casa (¡escalofriante imagen!)? Os aseguro que no tengo ni idea.
“Los espíritus de uno y otro tutelan la desintoxicación sadcore de un cantautor que disuelve la hirsuta electricidad de su antigua banda en acústicas cucharadas de pop en miniatura.”
What the fuck? ¿Desintoxicación sadcore? ¿Hirsuta electricidad? ¿Pop en miniatura? Supongo que quiere decir que su anterior grupo era de esos en plan Radiohead que siempre están tristes, aunque también agresivos y con pelambreras, pero que ahora su disco es simplón y él lleva peinado gafapasta. O no.
“Pespuntes de folk…”
¿Pespuntes? Repito: ¿Pespuntes? ¿Es que no tenía otra palabra a mano que no me recuerde a mi abuela con el costurero? ¿No podría decir ‘apuntes’, ‘retazos’, ‘influencias’ o ‘detalles’?
“…, electrónica doméstica…”
O sea, hard-casio cutre.
“…y una versión del tradicional Old Black Jo…”
O ‘pongo el título de la canción para rellenar una línea más’.
“… en 42 minutos de ensoñación y crepúsculo.”
Vamos a ver: que es una reseña musical, no Hojas de Hierba.
A partir de ese momento, quedé enganchado. Todos los viernes, mi compañero de trabajo y yo esperamos ansiosos la nueva obra maestra de la poca vergüenza de ente onvre. A lo largo de los meses nos ha brindado perlas como:
“Con una acústica afinada en clave moral…” (hablando de un rapero)
“Y si ‘Tapped’ realiza su orwelliana pesadilla en la garganta de JME, la colaboración de Warrior Queen en ‘Check It’ inaugura la memoria de su futuro vocal” (¿Comorl?)
“… el sexteto californiano acelera hacia la eternidad…” (Lo dicho: eres un poeta, G. Sanz)
“Ascendente psicodélico y devoción pop en un fascinante vademécum de sampleología aplicada que prescribe como antidepresivos la armonía vocal y el barroco sonoro” (Con un par: si haces una metáfora, llévala hasta el final, por ridículo que suene).
“…los sevillanos Saturnino Rey y Óscar Sánchez convierten la sucesión de 2005 en un plebiscito sobre la magnitud referencial de su rap hardcore.” (¿La sucesión de 2005? ¿Pero de qué está hablando?)
“Emociones antilíricas y voz nasal…” (A ver: ‘antilírico’ no está en el diccionario. ‘Lírico’ significa ‘Que promueve una honda compenetración con los sentimientos manifestados por el poeta’. O sea, que son ‘emociones que no promueven compenetración con los sentimientos del poeta, cantadas con la nariz’. ¡Joder, qué lío!)
“…un segundo CD en castellano mejor cuanto más próximo a un Devendra Banhart tocado por la tramontana.” (Efectivamente: se me acaba de fundir el cerebro)
Mentalmente exhausto ante tan tremenda manifestación de onanismo lingüístico y elitismo musical, sólo me queda regocijarme al comprobar cómo los pretenciosos se convierten, sin pretenderlo, en maestros del humor no intencionado. Yo llevo varias de las críticas de ente onvre en mi cartera para compartirlas y regocijarme con mis amistades. Se ve que, al final, la pose y pedantería de G. Sanz han devenido en acto amoroso.