¡TUNKA!

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El círculo se cierra: cada vez me quedan menos películas de bárbaros por ver. Mi novia ya no hace un master y está un poco menos explotada en el trabajo, pero esto ya es como las pajas: si empiezas, te las terminas.
Andaba yo preocupado porque uno de los flims más extraños del infra-género, Tunka el guerrero, me iba a ser difícil de conseguir. No está en la mula, y la página web de su director ha desaparecido. Sin embargo, por motivos profesionales conocí al gran señor Jesús Cano, hombre con acceso a la película. Aterrado ante lo chungo de la petición y preocupado por mi salud mental, accedió con gran amabilidad a conseguirme una copia. Todos tenemos que estar agradecidos a este bienhechor de la humanidad sórdida.

La película fue dirigida por un tal Joaquín Gómez Sainz, especialista metido a actor y director que venía de escribir y protagonizar junto a Jacinto Molina un peplum ochentero titulado Los cántabros. Con éstas, y armado con su pseudónimo Dan Barry, decidió que, como aficionado al tebeo que probablemente fuera, lo suyo era el cine fantástico. Se fue al campo y rodó su gran épica.

El flim comienza con el usual hongo nuclear de archivo. ¡Se trata, en el fondo, de una peli post-apocalíptica! El amigo Gómez Sáinz hábilmente mata dos pájaros de un tiro y une los dos mayores subgéneros de la caspa mediterranea ochentena, metiéndoles un gol a los amigos italianos. Esto me hace sentir patriota otra vez.
Misteriosamente, no nos acompaña ninguna voz en off, sino que el director prefiere recrearse en unos casi estéticos detalles de la nube nuclear. ¿Será una película diferente?
Pues no. Tras los créditos llega el usual sintetizador cutre que haría morirse de vergüenza a Keith Emerson y, como no, el esperado amigo narrador, que entra a soltar su parrafada cósmica. Y, sí: es el mismo que el de Gunan, el guerrero (y que el de los dibujillos de El Quijote, by the way), pero con un inesperado bonus track: el buen señor aparece en pantalla, y, encima, con el aspecto de un Barry Gibb mal maquillado. Además gesticula como loco mientras que el doblador no acierta a meter en boca ni una sílaba. El factor de diversión de la película aumenta automáticamente diez puntos.
El espídico narrador nos cuenta básicamente que tras el holocausto quedan sobre todo señoras (¡bieeen!), unos tipos que las sirven (esas fantasías de dominación femenina) y otros que se oponen y quieren que se pongan voluntarias a cualquier palabra amorosa (fantasía de dominación masculina. Efectivamente: al guionista le van todos los tipos de sadomasoquismo).

Tras unos largos planos y zooms sin sentido de un acantilado cántabro, vemos a un grupo de amazonas. En sus vestimentas se nota que las únicas mujeres supervivientes del holocausto son las descendientes de las pijas de Serrano: el colorido de modelitos que lucen en sobrecogedor. Además, para ser una tribu de bárbaras, pronto demostrarán que tienen varios trapillos de repuesto, siendo mi preferido el momento en el que todas se visten de luto en plan La Casa de Bernarda Alba mientras que la sacerdotisa se pone un bikini de leopardo.

El caso es que unos tipos malos raptan a las señoras. A continuación, conocemos al resto, que vive entre una playa (¡como en Gunan!) y unas ruinas romanas (se ve que ésas sí que han resistido la guerra nuclear. Y es que ya no se hacen anfiteatros como los antes). Las aguerridas amazonas, que parecen mitad salidas de un casting de Interviú, mitad de la discoteca PK2 del pueblo, deciden que hay que mandar a alguien al rescate. Como no son tontas, envían a un tipo primero, que muere porque un halcón le deja manchas de pintura en las mejillas. El pobre hombre era el hermano de… ¡Tunka! Así que ya tenemos servida nuestra usual trama de venganza (TM). Que, por qué no repetirlo, es igual que la de Gunan.


¡Tunka!, que es una especie de Tony Genil reconvertido en cantante de heavy hispano pasado de esteroides, se va a ver a las chavalas. Tras unas peleas en las que demuestra su pericia con la espada, se marcha al rescate de las prisioneras. Naturalmente, escoge como compañero de periplo a un enano. Y es que no sólo se nota que la película es española por las jarras de barro y el look Curro Jiménez general. Esta especie de versión freak de Don Quijote y Sancho Panza le da una coartada sórdido-cultural que para sí quisiera Ator el poderoso.

Sin embargo, los malos apresan a ¡Tunka!, mientras que el enano consigue escapar, dejando de paso bien clarito en qué país se desarrolla la acción:


Todo esto no ha servido para nada, pues no es el enano, sino una metáfora en forma de niño, quien libera a ¡Tunka! De vuelta con las amazonas, mi bárbaro favorito (y es que también tiene un aire a mi padre mezclado con el cantante de Journey) decide hacer las cosas bien. Reúne a todas las amazonas y sus amigos los pringaos y se lanza al ataque del campamento de los malos. Una épica batalla se desencadena a continuación, en el que brillará la gallardía, la cámara en mano y la magia. Porque no sé cómo explicar si no es algo de brujería el hecho de que la gente caiga muerta sin que las espadas rasguen siquiera la ropa. Ni una gotita de sangre, oigan. Sin duda, se trata de una batalla consciente de sus propias limitaciones presupuestarias.

Finalmente, ¡Tunka! vence a los malos, si bien tanto el jefe como su lugarteniente (un sórdido pintado en plan Drácula interpretado por Bartabás, reputado jinete francés que probablemente no ponga esta película en su currículum) salen ilesos, dejando la puerta abierta a una secuela que todos esperamos con ardor y problemas intestinales.

En definitiva, ¿en qué lugar queda Tunka, el guerrero, la única barbaridad ochentera cien por cien española, en compañía del resto de series Z del subgénero? Quizá por encima de Gunan, principalmente porque no hay cámaras lentas y, sobre todo, por el corte de mangas del enano. Y debido a que, en el fondo, transmite bastante cariño. Sí, es cutre y con la originalidad de una canción de Stock, Aitken & Waterman, pero se nota que es una película personal, muy por encima de los trabajos de encargo de sus rivales italianas. Y si hay una cosa que apreciamos aquí por encima de la sordidez es el amor.

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