Un servidor de ustedes se pasó sus buenos años en un Colegio Mayor Universitario y, antes de que me insulten por pijo, he de decir que fue una gran experiencia, INFINITAMENTE SUPERIOR a la de irse a un piso. Gracias a esa experiencia, ahora estoy en el audiovisual, en vez de en una sosa consultoría, hice “Pederastia ‘96” (ejem, eso igual no es tan bueno) y, de cara a mi formación sórdida, logré descubrir que TODA persona es un sórdido esperando a ser descubierto.
No nos engañemos: a lo largo de un año ya le has visto la pilila a todos los que compartían ducha en tu pasillo. Y eso es lo mismo que decir que ya sabías a qué hora se hacía cada uno sus pajotes – los había muy metódicos y disciplinados – o quién decidía tener un queso curado castellano pudriéndose en su cuarto a lo largo de un año, o quién practicaba con la katana y las estrellas shuriken en la diana que había en su puerta, o quién era fan de Laura Pausini, o quien usaba el cojín que le habían dejado para apoyarsus riñones mientras se la machacaba o… Sí, joer, que ya llego a la parte que todos esperáis: o quién follaba con quién y de qué manera.
En efecto, a la que vives en un pequeño cubículo con paredes de papel, uno decide que la intimidad es algo relativo y que no vas a dejar de ser un procaz por aquello de qué dirán. Como dice mi cuñao: “que corra el cuentakilómetros”. Así pues, a ello me aplico. Con todos ustedes, una gran selección de onvres que, por sus proezas sexuales compartidas – voluntariamente o no – con su prójimo, merecen ser ensalzados para la posteridad. Manteniendo su anonimato, of course.B. (“me ha dicho que follo como un puto”)
Ente onvre era un ser claramente apasionado. A la que se echó una novia bien reprieta, todos supimos que su amor era verdadero. La culpa la tuvo una carta que él redactó para la señora de sus pensamientos. Estaba planteada como un menú de restaurante – “para ella, B. en su jugo, con sus ojillos de cordero y tal” – y poseía, en un arrebatado crescendo sentencias como “eres como la sangre de mis venas, que fluye lenta y tibia y me da vida”. ¿Que cómo conozco esa carta? Porque el muy cipote se había dejado la misiva en un documento word en el disco duro del aula de informática. Pero no seamos tan duros con su descuido: en esa época, mucho universitario sin ordenta metía los diskettes de 3 y medio al revés.
El caso es que la carta no pasaría de ser un horterismo garrulo-intrascendente – y una violación de su correspondencia – si no fuese por qué las proezas sexuales de B. eran todo menos anónimas. La mochacha se metía en su habitación a media tarde y no es exageración decir que sus gritos se oían en los colegios mayores de al lado. En ocasiones, quince personas se arremolinaban en torno a la puerta mientras uno registraba el concierto orgásmico en una grabadora. Creo que luego hicieron un max mix con la grabación, pero nunca llegué a oírlo. El de la habitación de al lado, que intentaba estudiar sus cosas de ingeniero aeronáutico, a la que oía frases como “Uy, a la que vuelva a entrar en la habitación no respondo. Ay, que no respondo…” sabía que la tarde de estudio había terminado para él.
En el cénit sexual, B. le comentó a su amigo Geyperman, todo lleno de orgullo “Tío, me ha dicho que follo como un puto”, con lo cual logró que toda la primera planta se saludase diciendo “putooo…”. Pero, a veces, las más grandes pasiones tienen su final. Tras tamaña discusión – de volumen superior al de los orgasmos – ella se fue, y B. dio tal portazo que arrancó la puerta del marco, junto con parte del tabique. A día de hoy, la imagen de B. estudiando en su habitación, vista a través del hueco que había entre el marco de su puerta y lo que quedaba de pared, me sigue pareciendo la estampa más poética del desengaño amoroso.
GaypermanA este bigardo, sórdido amigo de B. se le cambió su mote de Geyperman por los motivos que os podéis imaginar.
A la que llegó al Colegio Mayor, era el clásico chaval de pueblo, más bien brutote e introvertido, pero alto, cachas y con muy buena mano para las calorras y similares. Todo un señor follador que practicaba deporte y exhibía más que orgullosamente su masculinidad. Sin embargo, como ya sabéis, el universo es poliédrico y tiene catorce dimensiones espaciales y dos temporales. Y fue por ello por el que un colegial novato apodado Lussac (por el científico Gay Lussac), chaval que sólo sabía hablar de ropa y de las Spice Girls, se cruzó en su camino. Coincidieron un día en el mítico Gimnasio Almirante (en las octavillas la gente siempre escribía “un poquito por detrás y otro poco por delante”). A la que volvían al Colegio Mayor, la conversación derivó hacia temas sexuales y Lussac fue más que hábil para llevarlo a su habitación y ponerle un Cd-rom gay que tenía. De ahí se pasa al tema de la curiosidad, al de explorar nuevas sensaciones… Vale, a comerse las pollas. La principal barrera, empero, que puso Gayperman fue “no te beso en la boca porque eso es demasiado personal”. Cuánto daño ha hecho “Pretty Woman”.
Por aquel entonces, España ya había cambiado y para bien. Cuando yo llegué al Colegio Mayor, el colectivo gay estaba circunscrito a cuatro personas marginadas, a las que denominaban “el club rosa”, y unos pocos dentro del armario con los que, casualidad de casualidades, yo me dediqué a salir copiosamente por Chueca cuando la zona aún no estaba de moda. Los años pasaron y el colectivo gay creció notoriamente, el tema se normalizó, los guetos desaparecieron – aunque siempre habría esos homófobos cipotes de cualquier pueblo perdido – y hasta algún veterano carismático se llevaba a los novatos de marcha por baretos de Chueca. En ese contexto es donde se produjo la filtración sobre los escarceos sexuales de aquel macho camacho que, hasta aquel día, había sido Geyperman.
“Psycho”, un ingeniero de ICAI perdidamente enamorado de otro ídem, le comentó la jugada a su amor imposible y, en el plazo de media hora, no sólo se había enterado todo el colegio mayor, sino que la información había hecho full circle hasta llegar al propio Lussac. Durante el resto del año, en todos los actos oficiales del Colegio Mayor, las personas que estaban al lado del director y subdirector simulaban bellas mamadas. Igualmente, la clásica frase “vas a comerme la polla” se convirtió en un “vas a hacerme lo que está de moda entre colegiales”.
Vivo convencido de que Gayperman conoció una vida más plena. Brindo por él.
Magic
Toda mujer que apareciese más de tres veces por el Colegio Mayor era fichada y evaluada. Un top de mitos eróticos se instauró. Las había para todos los gustos: “A mi me gusta esa chiquitilla, pero espero que el gordo de su novio no folle encima de ella”, “Pues a mi me gusta más la de voz de camionero y pinta de lesbiana con las tetas enormes” “No, la mejor es la elfa”, “A mi me motiva más la baby Spice con la que está Jamón” “Ya, pero esos no pasan del pasteleo” “¿Y la telepollana?”. No me miréis mal, así hablan todos los hombres. El caso es que, preferencias personales aparte, si hubo una mujer que obtuvo el number one en el ranking agregado, ésa fue la Borrasa: una rubia de tremendo morbazo y guarrismo que engañaba sistemáticamente a su novio con un colegial pijofalangista llamado Magic.
La gente ya insultaba a ente onvre antes de que la Borrasa entrase en acción. Su llegada como novato tuvo momentos estelares como “A mí no me dan miedo las novatadas, porque en un internado en Inglaterra, nada más llegar, me hicieron una triple lluvia dorada”. ¿Por qué lo contaba? ¿Le gustó? Lo bello fue ver cómo se convirtió en el líder de una cuadrilla de peleles neofascistas. Además de sus múltiples excursiones a Villaviciosa de Odón por pastis y farlopa (¿alguien dijo
que endrogarse era cool o contracultural?), lo que nos fascinaba era su “esclavo” llamado Olivo. En los desayunos, Magic apuntaba con el dedo a su taza de café mientras decía “Olivo, leche, fría” u “Olivo, un 60-40” (o sea, 60% de café, 40% de leche). Ojo, a mi Olivo me parecía un buen chaval. Una vez, a la que yo iba a ver a Kiss me dijo “Ah, esos son de esos imbéciles tipo “qué guay soy, cuántos porros fumo, qué satánico». Yo, amablemente, le respondí: “No, Olivo, Kiss es un grupo que sólo transmite amor y alegría de vivir”. Sus esquemas se tambalearon.
Bueno, pero vayamos al sexo, que por eso estáis leyendo, salido@s. La Borrasa – cuyo novio era definido por la comunidad colegial como “Marichalar drogado”, y eso antes de que su estéticamete borbónico paralís hiciera que toda España averiguase dónde acababa la farlopa que la policía intervenía – se tiraba a Magic de forma más discreta que B. a su moza. Pero ello no fue óbice para que a Magic le apeteciese que, un día, la Borrasa se la chupase en las duchas comunales. Uno, a la que vio la inequívoca sombra en el cristal de la puerta, corrió a por su gel y su albornoz. Llegó a la ducha y empujó vehementemente la puerta. Magic consiguió mentenerla cerrada, pero un clamoroso “¡ay!” fue un precio un poco alto a pagar por su intimidad.
Still, para Magic, al igual que a Sammy Hagar, la Borrasa “was not enough to fill me up”. Así que se echó, paralelamente, una novia pastillera morenita y de pelo corto. No tenía el nivel de la Borrasa pero era perfectamente complementaria. ¿Por qué? Pues porque podía decirle “Yo no te quiero, sólo te deseo. ¡Friega!”. Y la chica iba y fregaba. Muchos envidiaban ese binomio esclavo que Magic tenía con Olivo y esa chica. Por lo menos, Olivo tuvo su pequeña recompensa a la que entró en la habitación de Magic y se encontró a esa chiquilla abierta de patas esperando a su “dueño”. Me haría ilusión pensar que, después de eso, algo pasó entre Olivo y la pastillera, pero creo que la mediocridad humana es muy grande, y los dos seguirán, como decía Battiato, “prisioneros de los valores tradicionales”.
Cuquiman
Si la Borrasa era la número 1 de la lista, Cuqui – así apodada po parecerse a un perro – era, sin duda, el puro rock bottom. Muchos pensábamos “seguro que es buena gente y hace obras de caridad” porque tamaña gorda deforme y con cara de cabezacono era un crimen contra la humanidad. Pero no. Su personalidad estaba por debajo de su físico, hasta el punto que sentíamos pena por su lamentable novio, un paleto del Bolo.
Cuquiman era un onvre muy de su pueblo, que juzgaba que era normal lanzar manzanazos a los transeúntes, o que también tenía sentido lavar los condones para utilizarlos una segunda vez. “¡Pero tú estás loco!” le decía uno. “Vale, vale – quiso excusarse Cuquiman – a veces los utilizo tres veces”. Un chiste malo tristemente real, pero ni un infraser como Cuquiman merece que Cuqui le diga a voz en grito, en medio de la cafetería del Colegio Mayor, “¡Calla, que tienes la polla como un clic!”. Sí, su voz también era horrible.
Pero el highlight de este reciclador de preservativos se produjo una noche a las tres de la mañana, cuando la voz de Cuqui despertó a toda la planta con este diálogo. “¡Hijo de puta! ¡Pero qué egoísta eres! ¡Mira que correrte dentro!”. Cuquiman respondía “¡Pero qué dices! ¡Mira las sábanas! ¡Y además, si te has quedado embarazada, pues te jodes!”. Jamás la miseria humana había producido menos empatía.
Y, so far, estos han sido algunos de los polvos más lamentables y/o notorios que se puedan relatar de mi Colegio Mayor. Seguiremos acercándoos las fazañas de más onvres y mujeres. Si no nos encarcelan antes.