Podría parecer que en un trabajo vinculado al audiovisual se conoce a muchos personajes curiosos. Pues no. La mayoría son culturetas chungos o, peor aun, actores. Algunos pensarían que La chistorra de mi hermano, inmortal mote que se ganó una pseudointérprete que en una fiesta se lió con casi todos los presentes para luego amenazar con tirarse por el balcón de un segundo piso, merecería un lugar en esta serie de artículos. Y estarían equivocados, pues esas actitudes son menos fascinantes que los grandes éxitos de la Onda Vaselina.
Estos dos personajes sí que merecen un lugar en este pandemonio de vicisitud:
Grabriel, el neojebi del cacaolat
Grabriel es un rico heredero neojebi. De esos que no son fans de Iron Maiden, pero que tienen todos los discos de In Flames. Ahora sí, su larga melena está muy adecuadamente acondicionada y cuidadita como la de un buen cock rocker, lo cual no nos deja lugar a dudas de que es un putero de corazón.
Grabriel no tomó otra cosa que cacaolat hasta los tres años. Lo que sin duda explica muchas de sus idiosincrasias. O eso espero, pues en caso contrario perdería mi fe en la raza humana.
Pero Grabriel es mi ídolo simplemente por realizar una hazaña heroica digna de Franco Nero o cualquier onvre con bigote: es el primer y único jebi que ha entrado en un bar gótico y ha pedido una horchata. Y creo que eso es suficiente para considerarlo como una entrada válida en esta serie. Mucho más que cualquier otra persona de más amplio currículo de chunguez. O que una actriz.
El Ciudadano Soberano
Si la idiosincrasia fuera un bocadillo de chope, el Ciudadano Sobreano acabaría con el hambre en el mundo. Este gran señor es el mayor experto en España (¿o el planeta?) en democracia participativa. Es, así mismo, profesor de filosofía del derecho en la pintoresca Sevilla y e investigador en la lejana Harvard. Es lo que se dice un HOMBRE RESPETABLE.
Pero el Ciudadano Soberano, pseudónimo que se debe al título de su primer valium-libro, es, cual Gollum de la vida, un señor de dos caras. Esto es, un ONVRE DE VERDAD.
Su sordidez ilimitada comienza por su afición a una estrella esencial del celuloide: el mono Clyde, para él el actor más carismático de la historia sólo por detrás de los hermanos Hanson, la santísima trinidad del secundario chungo. También es fan absoluto de Alf. Permítanme repetirlo: de Alf. La serie más vilipendiada y menos reivindicada de todos los clásicos ochenteros. ¡Eso sí que es actitud! Por no mencionar ese gran DVD de Epi y Blas (¡en brasileño!) que no cejó de ver un buen día en pleno viaje internacional en su reproductor portátil ante el asombro de sus compañeros de periplo.
Pero lo que hace más particular a ente onvre es su gran afición hacia lo escatológico. Sólo El Ciudadano Soberano es capaz de cagar con la puerta abierta cuando hay visita. Sólo él puede escribir sobre el ‘Greater London Council’ mientras hace bolillas de cascarrias. Claro homenaje, por otra parte, a ‘Pelotilla’ el gran personaje de La revancha de los novatos.
Con todo, su mejor momento se produjo durante una excursión al campo. El Ciudadano salió del coche en el que viajaba conmigo a hacer ejercicio. Se adelantó un poco, pues era un camino forestal por el que íbamos a 5 km/h. Y al rato, ahí en lo alto de un cambio de rasante, apareció esa imagen icónica, casi mística, que me acompañará hasta la tumba: Este gran señor, cagando cual Borat de la vida al lado de la carretera. Cualquier persona sin personalidad ni idiosincrasia se habría metido un poco en el campo. Pero El Ciudadano es Soberano y, cuando se ruraliza, caga donde quiere, pase el coche que pase.