El principio más absurdo de la historia del cine

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Andaba el otro día buscando información por Internet (lo cual es una forma fina de decir “rascándome los mondongos en el trabajo”) cuando me encontré con una película que me trajo entrañables recuerdos. No porque fuera buena, válgame dios. Más bien porque contiene uno de los comienzos más gloriosamente ridículos que he visto nunca. Y eso lo digo yo, que he visto pelis de Albert Pyun.
El flim en cuestión se llama The Stuff, y fue perpetrado en 1985 por Larry Cohen, uno de los directores/guionistas más curiosos de las últimas décadas. Un tipo glorioso que ha sido capaz de hacer desde películas de niños mutantes con música de Bernard Herrmann hasta thrillers mainstream con Colin Farrell.

Pues bien, The Stuff es una especie de versión de The Blob, pero con espuma de afeitar en lugar de chicle rosa. Por lo que recuerdo, el comienzo nos muestra una estación minera en el ártico. Dos personajes se acercan a cámara. En frente suyo, una especie de agujero del que surgen pompas de una sustancia blancuzca. ¿Y qué hace uno de nuestros amigos?
Pues lo normal:
Mete el dedo y se lo chupa.
Y, no contento con regalarnos este sin par acto de oligofrenia aguda, el buen señor, (quien seguro aparece en los créditos como ‘Perturbado mental #1’) dice:
– ¡Está bueno!


A partir de ese punto se dedican a vender la cosa blanca, que no sólo está buena, sino que ni llena ni engorda.
¡Ah, el cine de calidad…!

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