“¡Pimpinela vienen a Madrid! Habrá que ir… ¿no?” Ese es uno de esos momentos decisivos de la vida en los que tienes que definirte como persona. Porque es muy fácil canturrear aquello del “¿Quién es? Soy yo..” en momentos semiétílicos. Pero ir a ver a Lucía y Joaquín en directo es la gran prueba de fuego. Es como decir ¿Eres un auténtico sórdido, de los que se emocionan sinceramente al oír “Ese hombre” o sólo eres un puto wannafreak? Bien, pues el día jueves 5 de octubre, decidimos que era el momento de militar, DE VERDAD, en lo mejor y más grande de la sordidez. ¡Pimpinela, allá vamos!
Mi amigo Vitijito y un servidor de ustedes nos personamos en el mítico Joy Eslava – ¿había un lugar mejor para acoger el evento? – y, nada más ubicarnos en la tercera fila, sentimos que no había ni vuelta atrás ni nada de lo que arrepentirse. La niebla artificial comenzaba a ambientar el escenario, atrezzado como en los mejores momentos de “Luar” o “Noche de Fiesta”. Los músicos, con sus mejores galas de “orquesta de lujo” ocuparon sus lugares y comenzó a sonar ese sonido reminiscente del Casio que pone los pelos tan de punta como la entrada de batería y teclados del Highway Star de Deep Purple. Entonces entraron Lucía y Joaquín, y fueron más grandes que todo lo que nos podíamos haber imaginado. El primer tema, del último disco, nos era desconocido: pero la maestría de los dos hermanos sobre el escenario logró que coreásemos el estribillo cuando lo repitieron por primera vez. Feck, incluso coreamos la canción anticipando cuáles iban a ser los siguientes versos: son las ventajas de ser los reyes del ripio. Y que conste que ADORO el ripio: todo sacrificio que se haga por la rima nunca es suficiente – que se lo digan a Nacho Cano cuando perpetró el genial “Pero es un ardid/ Y estoy loca/ por irme a Madrid» – y Pimpinela son unos maestros de la rima previsible que consigue que deseemos gritarla a la voz de YA, sobre todo en temas tan punkis como “Ojalá que no pase nada”. En esta canción, en plena (como no) discusión conyugal, Joaquín le dice a Lucía que la abandona por otra mujer que le va a satisfacer plenamente, como ella nunca podría hacerlo. Ante tal bravata, Lucía le desea que, cuando esté en la cama… ¡Tenga tremendo gatillazo! Más caña que Slayer, sin duda. Y véanse esos versos finales: “Ojalá, ojalá que no pase nada, /Que te mueras de la vergüenza, /Que se ría de ti en la cara, /Cuando vea que tiene a un hombre, /Que de hombre, no tiene nada. . .” El último verso es previsible, pero… ¿Quién no está esperando para espetárselo al pobre Joaquín en la cara? Evidentemente, después de un verso así, Lucía no podía hacer otra cosa que abandonar airada en el escenario, con el aplauso enfervorizado de un público que jalea su victoria mientras el pobre Joaquín queda solo, indefenso, y con la ingrata tarea de recibir todo el desprecio que su conducta de vil hombre merece. Eso sí, siempre había alguno que, en medio de las canciones, gritaba “¡Pero respóndele, Joaquín!”.
El segundo tema fue ya un clásico: “Mañana”. Otro himno de autoafirmación personal que deja al I Will Survive de Gloria Gaynor a la altura del betún. Cómo el colectivo gay sigue prefiriendo esa tonterida en vez de los épicos versos de Pimpinela es una prueba de que el pensamiento débil afecta a todos los estratos de la sociedad. Vean que joya de final, cuando Joaquín, ante el hecho de que su mujer le deje para recuperar su dignidad perdida, le dice: “Jamás volverás a verme aunque me lo pidas” sólo para que Lucía le destroce con un “Te juro sólo con eso ya soy feliz”. Mutis por el foro y nueva histeria colectiva del público. Público en el cual, la nobleza obliga a decirlo, también tenía el colectivo gay su notoria representación. Básicamente eran casi todos los tíos que no acompañaban a las numerosas jovencillas de la sala (las marujas de “Luar” debieron haberse quedado en su casa). Por supuesto, entre los hombres también debería haber numerosos fistros como un servidor de ustedes y Vitijito, pero era difícil distinguirlos de las locas. Y nos lo aplicamos: los momentos en los que nos abrazábamos para gritarnos la letra de “Valiente” a la cara seguro que forjaron una clara imagen de nuestra “relación” entre los que nos rodeaban. Pero es que resulta muy difícil no dejarse arrastrar por el torrente de sentimientos que desbordaba el escenario.
Apenas recuperados de “Mañana”, el guitarrista se arrancó con un punteo decididamente metalero que se transformó en una solemne marcha militar, con unos ominosos redobles de batería que anunciaban otro clásico del dúo: la canción más épica de su abultado catálogo. El vello se nos erizó cuando Lucía, cargada de razón como pocas veces, proclamaba: “Catorce de julio/ Se declara la independencia de mi corazón”. Esa canción deja pequeños conceptos como “por la puerta grande”. En mi prepotencia, me dejé arrastrar por el furor de Lucía e intenté corear el estribillo. Mis desaforados gallos hicieron que Vitijito me propinase un codazo. Y es que las cosas que hace Lucía son más propias de Bruce Dickinson o Rob Halford que de Rosas de España y demás chillonas sin criterio, sin AORterismo y sin poder del metal.
A la sexta canción, decidimos que todos los absent friends también debían disfrutar del concierto, así que comenzamos a tirar de móvil para que el amor se extendiese por media España. Nuestro jalop, el gran ausente, pudo disfrutar de “Sólo hay un ganador”, descomunal versión del “Winner Takes It All” de ABBA, mientras que Nacholo no podía dar crédito a “Una estúpida más”, coplilla que puso en el manos libres para deleite culpable de todos aquellos que le acompañaban en el restaurante (Nacholo, sé que hubieses venido…). También un creativo publicitario argentino cuya agencia ha sido responsable de míticas fistreces como Prosikito, escuchó “Ese estúpido que llama”, y, decepcionado por no poder asistir ya que se hallaba en pleno rodaje nocturno – “¿Era hoy lo de Pimpinela? ¡Me cagaste!” – me envió este mensaje al móvil que atestigua su calidad humana. Por cierto, el final de esa canción/discusión es el siguiente “Por favor, no digas nada, ya no gastes más palabras, La mentira terminó, Ese estúpido que llama, con quien te ibas a ir mañana, Ese estúpido… fui yo…” ¡¡¡¡¡Era él!!!! ¡Pimpinela bordan otra aportación de oro a nuestro género favorito! Ah, y se me olvida la mejor de las llamadas de móvil: a lanavaenelojo, quien en aquel momento se hallaba en pleno acto cultural/familiar. En aquel ambiente elevado, recibe una llamada en la que escucha “Valiente” y, luego, “Sólo hay un ganador”. A la que llevaba dos minutos partiéndose de risa sin decir ni pío, la familia le preguntó “¿Qué te está contando tan gracioso?” “Nada, nada”, dijo ruborizada, negándose a comentar ante sus padres que su respectivo había ido a un concierto de Pimpinela en vez de a una exposición fina a la par que elegante.
Y, de pronto, llegó el momento álgido de la noche. Joaquín coge el micrófono y dice “Esta canción es poco conocida, pero Lucía y yo nunca hemos podido quitarla de nuestros conciertos, porque es una historia real, triste y muy especial para nosotros”. Vitijito y yo nos miramos, deseando que fuese “Yo, la dueña de la noche”. ¡¡¡Lo fue!!! Por favor, bajáosla aquí, y escuchadla mientras continuáis la lectura. Es la historia de un marido que ama mucho a su mujer – “tranquila, mi amor, tranquila” – pero ella, enferma de celos, decide que “Era todo mentira”, y que ella era la dueña de la noche pero no de su vida. Así que mata al marido a cuchilladas, sólo para que éste, desde el cielo, la perdone y ella, en puro ataque de vicisitud, se dé cuenta de que nada era mentira, que sí la quería, y que ya “era la dueña de su vida pero el ya no vivía” mientras sigue resonando en su cabeza el “tranquila, mi amor, tranquila”. Todo esto narrado por Lucía en camisón y con un cuchillo. Al final de la coplilla, ella se tiraba al suelo, y Vitijito inició carismáticamente un “Lu-cí-a, Lu-cí-a” que fue coreado por todo el público. Ni un solo ojo seco entre el público. Los nuestros tampoco, claro. Con una canción así, y en camisón, no hay lugar para la ironía: o entras o te echan a patadas. Y nosotros entramos. Y todo el resto del público, joder.
Enfervorizadas las masas, muchas comenzaron a gritar a Joaquín: “¡Ese cuerpo, ese cuerpo eh, eh!” a lo que nuestro sufridor favorito respondió con un contoneo de caderas. El bajista, avispado, comenzó a tocar el mítico “You Can Leave Your Hat On” y los sudores fríos se desataron. Creo que un strip-tease de Pimpinela sería excesivo incluso para mí. Afortunadamente, no mancillaron su imagen, y entraron en una fase del concierto en la que abandonaron un poco la disputa conyugal para ampliar su abanico temático. Con “Pasodoble te quiero” dieron una lección de profesionalidad, ya que, a sus espaldas, se proyectaba un tremebundo videoclip con el que ellos ¡sincronizaban perfectamente todas las labiales! Eso es oficio, señores. Ya un técnico de sonido me dijo que tuvo que grabarles unas sesenta cuñas radiofónicas y ¡las hicieron todas del tirón sin cometer la más mínima equivocación! ¿Pueden Missy Elliott, Björk o The White Stripes decir lo mismo? Claro que no. Como tampoco podrían decir “Pasodoble, te quiero/ Porque estando en tierra extraña/ Tú me traes el recuerdo/ De aquella madre que tengo en España” ¡Y Olé! Otros temas fueron “La familia”, esa canción sobre ellos dos llamada “Hermanos” o la dolorosa “Se van”, donde se plantean que sus respectivos hijos, Rocío y Joaquín Francisco tienen que abandonar el hogar (todo ello con el fondo de unos vídeos caseros superglow proyectados detrás de la banda).
Y así, después de reír, llorar y jalear, llegamos a la traca final del concierto. Primero, tocaron la mítica “Una estúpida más”, cuyo vídeo os ofrecemos:
Y entonces, entonces fue cuando Joaquín nos dijo “Todos los hombres van a cantar conmigo y las mujeres con Lucía”. Ya no había vuelta atrás: aquello era un conciertazo. Como dijo Vitijito – conspicuo freak del rock sinfónico – “Al lado de esto, Peter Gabriel es una puta mierda”. Y Lucía comenzó a cantar “Hace dos años y un día que vivo sin él…”. El delirio se apoderó del Joy Eslava, y sólo puedo decir que quien no haya coreado con Lucía y Joaquín el “-¿Quién es? – Soy yo…” no ha experimentado la música en directo. “Yo estuve en Madrid cuando los Beatles” “Y yo vi a Pink Floyd en Venecia” “Y yo a los Rolling en Atlamont” “Y yo a Björk en Bratislava” “Y yo a Bernardo en la plaza mayor de Puertollano”. Señoras y señores, si no han entonado el “¡Vete!” con Pimpinela, no han visto NADA. Por mi parte, sólo puedo decir que, después de aquello, he cumplido como ser humano y como sórdido.
A la salida, recordamos las palabras que Lucía nos dijo sobre su proyecto del Hogar Pimpinela para la niñez: ese hogar para acoger a chavalucos que necesitan “un poco de amor”, y no pudimos evitar colaborar. Por 20€ nos dieron un saco superfashion que no tiene nada que envidiar a las jipieces que te puedan estafar en el barrio de Gracia o en Lavapiés. En su interior, el siguiente contenido:
-Una camiseta de Pimpinela talla L
-Un mechero de Pimpinela
-Un llavero de Pimpinela
-Una foto firmada de Lucía y Joaquín
-Un bono del hogar Pimpinela para apadrinar a un niño
-Una gorra de Pimpinela
¿Qué más se puede pedir, eh? No como tú, joputa, que te gastaste 40 lerus en la camiseta de Radiohead sólo para que el Tom Yorke de los cojones se enfarlope un poquito más. Además, Vitijito también compró lotería de Navidad de Pimpinela. Seguro que le toca.
A la salida, nos repartimos el botín. En un momento dado, me dijo: “Bueno, ahora me llevo el llavero y ya me das tú mañana la foto cuando nos veamos en la autoescuela, que ahora se me va a arrugar”. Luego pensó en qué sucedería si, llegando a la autoescuela, saco la foto y se la entrego ante toda la clase. “Toma, Vitijito, aquí tienes tu foto de Pimpinela”. That’s gay.
Naturalmente, mi familia se enteró de lo de este concierto, y mientras mi madre se lo tomó con la misma jovialidad que cuando le eché telefilméircamente en cara que nunca me enseñó a limpiarme el culo, mi padre dijo “¿Para eso te pago una educación? ¿Para que acabes yendo a ver a Pimpinela?”. No puedo condenarle.
Por cierto, una semana antes, también acompañado por Vitijito, y también en el Joy Eslava, fuimos a ver a Lacuna Coil – recordad, donde canta la gran pussy rocker Cristina Scabbia, the hottest chick in metal – y, qué queréis que os diga: está muy buena (“Cinco freaks y una jamona» Vitijito dixit), pero aún le queda un largo camino por recorrer para llegar a la grandeza cósmica de Lucía. Ojo, están en el buen camino: son un grupo donde canta una pareja de exnovios que no renuncian a lo mejor de su herencia italiana – ese Raffaellacarrismo sesuá… – y que, en su registro vocal, al igual que Lucía, siguen el camino de Bruce Dickinson. Detalle curioso: cuando llegaron al Joy, quienes se hacían fotos con Cristina no eran los hombres salidorros, sino las mujeres que la admiraban cual modelo a seguir. Lo mismo que ocurrió en esa misma sala con Lucía. Sé que Lacuna Coil cantarán algún día “It’s been two years and a day that I live without him…” y todas las siniestras de hoy gritarán mañana “Who’s there? It’s me…”. Y es que Pimpinela y el metal tienen algo en común: EL AMOR.