
También que el mejor cantante de la historia fue Freddie Mercury (y, fíjense en esta merecida estatua que le erigieron en Montreux: ni apostaron por el clasicismo lampiño de la época de Bohemian Rhapsody ni por la decadencia lampiña sidática del Show Must Go On: the one and only Freddie es con bigotón y cantando I Want To Break Free. ¡Hombre ya!). Igualmente, el
piloto de F1 que más sense of wonder me ha inspirado es Nigel Mansell: el último campeón del mundo con bigote (de la misma forma que, como apuntó Panadero, Franco Nero merece particular atención dentro de los héroes de acción que saben entender el derechismo precisamente por el bigotón que lo hermana con titanes como Chuck Norris y Charles Bronson). Feck, la primera revista del corazón que recuerdo fue un Diez Min
utos que decía: “La noticia más insólita del verano: Iñigo se afeitó el bigote”. A mi tierna edad aprendí qué carallo significaba “insólito” pero no logré entender quién era Iñigo. Sólo me quedé con el hecho de que si alguien se afeitaba el bigote, eso era una noticia traumática para la sociedad. Perplejo, acepté esa verdad. In fact, no consigo asimilar que mi padre no tuviese bigote en la foto de su boda. Pero de esa foto no conseguí asimilar muchas cosas, como ya había comentado aquí.
Pues qué mala época ésta para los bigotones, me diréis. Y no os faltará razón. Proscritos de la vida pública, sus últimos representantes españoles más notorios han sido los ignominiosos Julián Muñoz y José María Aznar. Pero, como el gran Tom Selleck nos recordaría, la historia del bigotón es demasiado rica en matices como para dejar que dos mediocres como esos se la apropien. Josemari sólo quería disimular la parálisis de su labio superior, mientras que un grupo como Black Sabbath (75% de bigotones) tiene intenciones mucho más profundas. O no.
Pero yo tengo esperanzas. De la misma forma que vuelven las peores modas capilares de los 80, como los lolailos, el bigotón postmoderno está a la vuelta de la esquina. Coño, después de mi viaje a Suiza he de decir que la decadencia del bigotón es un fenómeno español, porque en Europa todavía mantienen un cánon estético donde ese vello es sinónimo de virtud. Como prueba, la foto que hice de este gran señor. A su bigotón une unos lolailos y tupecillo de peluquería, adornados convenientemente por mechas varias, que todavía me producen admiración y respeto.
Tristemente, o afortunadamente para mi novia, mi único intento de dejarme bigotón fue un rotundo fracaso: lo hice para hacer de padre de familia en el que iba a ser mi primer cortometraje. La barba creció fermosa y cerrada, pero el bigotillo no llegaba al triste nivel de Cantinflas. Así pues, me lo afeité y mi look resultante me obligó a cambiar el guión del corto. Pase, pues, a hacer de Abraham Lincoln. No lo vean.
Como colofón, expongo brevemente mi opinión sobre el fútbol: es un coñazo con sobredosis de marketing y jugadores como Beckham y Ronaldinho que sólo merecen mi desprecio. La única forma en la que volveré a respetar el fútbol – esto es, dotarlo de la aureola mítica que tuvo durante la era de Naranjito – es que vuelvan los bigotones. Queremos ese bigotillo de actor porno alemán de Schuster, o de actor porno alemán de Stilike (esa es la bendición de los teutones: todo inglés es un actor, y todo alemán es un actor porno), el bigote orensano de Vicente (el mejor defensa “a sachar” del Celtiña), y ese rollo neandertal de gentuza como Migueli o Zamora. Por lo pronto, he fundado la asociación “Cómeme el bigote” y diseñado este póster. Bájenselo, imprímanlo, cuélguenlo por ahí y aporten su grano de arena a la hora de crear un deporte – y un mundo – mejor.