La Fórmula 1 es para sórdidos (y nosotros lo somos)

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Siempre he sabido que ver la F1 es algo reprobable. Desde que vi ganar el campeonato a Alain Prost en el 86 tuve claro que el destino de la F1 debía ser el que Telecinco impuso en los 90: emitir las carreras a altas horas de la madrugada, para que los frikis las viésemos a las mismas horas que la porno del plus o el ciclo de Bergman de la 2. Masturbación vergonzante en ambos casos. Y, por supuesto, una sordidez.

Por eso, en plena Alonsomanía, no soy capaz de entender que los que antes comentaban el penalti a Morientes ahora hablen de si Pat Symonds la cagó en su estrategia o si Raicoñen cuida o no la mecánica. Vamos, que ver F1 se puede llegar a ser tan incómodo como que tu padre te diga “No, hijo. Puedes dejar la peli de Traci Lords puesta, y sácate el cimborrio para darle alegría, que a mi no me molesta”. No cabe en mi cabeza.

¿Qué hacer pues, para poder seguir disfrutando la F1 y marcar la diferencia en medio del populacho que, en pocos años, volverá su vista – otra vez – al fútbol? Durante un tiempo, me dediqué a reivindicar la denostada figura de Ralf Schumacher. ¿Por qué? Porque los indocumentados que han aprendido todo sobre F1 con el As, el Marca y – lo que es peor- con Lobato y Serrano, siguieron como borregos a toda esa gentuza que fizieron de Ralf el anticristo, y Ralf es un piloto que merece nuestra admiración y respeto. Primero, porque donde está Ralf hay acción (sí, no sabe adelantar ni defender, sólo correr con la pista libre, pero el ostión y la alegría à la Bruckheimer siempre están garantizados con el hermanísimo). Y segundo y más importante: porque Ralf es un sórdido de libro. Y, si no, comparad a ese fistro de mujer enana, cabezona, gilipollita “superdivine” y con una birria de piernas que canta en El Sueño de Morfeo con este pedazo de alemana de siliconado metro ochenta que es Cora Schumacher. Ralf, cuando aparece en la prensa es por cosas como “Ralf es gay y su mujer se la pega con su mejor amigo”. Ya me gustaría que Alonso protagonizase esos titulares. ¿Por qué no salen tanto él como Lobato del armario, por ejemplo? Cuando, en el Gran Premio de Europa, un Lobato fascinado por la nueva y “agresiva” imagen de un Alonso barbado le dijo, acariciándole la cara “Por aquí aún no te ha salido”, yo me esperaba que, acto seguido, se lanzase al cockpit para comérsela. Desgraciadamente, esos arrebatos de calidad parecen reservados para Ralf como cuando, asociándose con uno de los gigantes del porno alemán, decidió abrir una cadena de Sex Shops en Eslovenia. ¡Qué grande! Los que, como Alonso, dan su dinero a UNICEF, además de tópicos son unos tristes. Mucho más altruista es darle, por fin a Eslovenia una sex-shop decente. Pocos países tienen tanta cantidad y tan poca calidad. Por supuesto, luego surgieron graciosos que se chancearon de Ralf y Cora llamándoles “Porn Ralf & Hard Cora”, pero gentuza como esa es la que no reconoce a un grande de la F1 aunque les estampe su Toyota en la puta jeta.

Ojo, soy fans de Alonso y no voy a dejar que la turba me lleve a despreciarlo (eso sí, Fernando, aprende de Flavio que mejor es ser un putero recién follao/enfarlopao que el rollo curil de El Sueño de Morfeo y la calva de Ron Dennis, avisado quedas). No voy, pues, a lanzarme a los brazos de Raicoñen como algunos fistros sí que hacen con bastante gracia. Entonces… ¿Cómo marcar la diferencia? Bueno, estuviera yo con lanavajaenelojo y unos amigos pasando este puente de San Isidro en La Mancha cuando, de repente, se me ocurrió lo que una persona sensata con estudios nunca debería haber pensado: “¿Y si vamos a ver la carrera a un pueblo cercano llamado ‘Casas de Fernando Alonso’?” Sí, amigos, ese lugar existe y, pese al ataque de vicisitud que mi ocurrencia produjo, el viaje al pueblo tuvo lugar.

En un clásico bar en la plaza del pueblo contemplamos la apabullante victoria de Alonso y, a la que yo fuera al váter a defecar, un señor español de los de puro, coñac y palillo se giró hacia la mesa donde mis tres inocentes y desafortunados acompañantes estaban y les dijo: “Perdonen, no sabía si preguntárselo… Ustedes han venido aquí porque son aficionados de Fernando Alonso ¿verdad?” (sonrisas nerviosas, silencio embarazoso) “Se esperaban más ambiente ¿no? Es que, claro, es la hora de comer, pero luego todo se anima más” Diérales penilla aquel pobre hombre avergonzado del discreto show que su pueblo nos proporcionó. “¿Son de Madrid? Yo tengo dos hijas estudiando allí. Claro, eso es otra cosa…”. A la salida del pueblo, Pacofox y un servidor nos fizimos esta foto de recuerdo. Pero no sería nuestro único souvenir. Por la noche, viendo el telediario de Antena 3, Pacofox nos llamó a todos enfervorizados. Matías Prats leía “…Lo que muchos no saben es que, en La Mancha existe un pueblo llamado Casas de Fernando Alonso…” Ante nuestros atónitos ojos contemplamos a los parroquianos que hace unas horas habíamos visto por la calle comentar cómo “A ver si se pasa por aquí. Claro, está muy ocupado y tampoco se le ha sobornado bien”. El coche de plástico azul con pegatinas de Renault que vimos a un padre sacar del almacén del bar cobraba vida en plena plaza mayor pilotado por su hijo pequeño, y así mil detalles.

He estado en Montmeló en varias ocasiones (en una de ellas asalté a Fernando Alonso, entonces probador, a la salida del váter al grito de «Toda Asturias está contigo» con mi acento gallego ¿estarían limpias las manos con las que me firmó el autógrafo?) pero nunca he vivido un Gran Premio de España como este último. La Fórmula 1 sigue siendo un placer culpable.

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