Este individuo, líder de la banda de power metal alemán Running Wild, se llama Rolf Kasparek, pero juzgó que adoptar el nombre artístico Rock’n’Rolf sería todo un acierto. Y eso es lo que, sin más detalles, nos lo define como persona.
Podríamos decir que, cuando sus nietos, en su lecho de muerte, le pregunten: “-Abuelo, ¿qué has hecho para sentirte orgulloso de tu vida que ahora acaba?” él podría responder “Yo inventé el power metal pirata, en el cual, temáticamente, hablábamos de Jolly Roger, tabernas de puerto, tesoros, abordajes y, lo más importante, nos vestíamos de piratas y el batería, en directo, tocaba en la popa de un barco. Luego, en una etapa de madurez, abandoné la estética pirata para transmutarme en el húsar mayor del power metal”. El ataque de vicisitud que cualquiera sentiría ante estas últimas palabras de un moribundo es mayor todavía en mi caso. Sí, amigos, yo era fans de este sórdido señor. Y orgulloso poseedor de unos seis cds originales de su banda.
Durante años, me sentía moralmente superior a los pijos que escuchaban a Alejandro Sanz porque yo, en vez de oir que “Se le apagó la luz” oía como esta gentuza cabalgaban en la tormenta y se iban a tomar unas pintas a Port Royal, y todo con esas chupas y esos cardados. Quien viese mi discoteca, además de espantarse, se convencería de que Rock’n’Rolf me estaba enviando el claro mensaje de “Por la gloria de tu padrerl, ¿no te das cuen de lo ignominioso que es ser fans nuestro? ¿A qué extremos de ridículo y vergüenza ajena tendremos que llegar para que madures y te pongas a oir música para personas?”. Desde luego, cualquier otro lo habría pillado a la primera, pero un servidor, cuando se empecina con algo, era capaz de seguir oyendo los discos… ¡viendo a la vez las fotos de la contraportada! ¡Y sin mayor esfuerzo! Haced la prueba ¿cuánto aguantáis viendo las fotos de este señor sin sentir ganas de huir de la habitación? Cuesta ¿verdad? Si es que lo mío tiene mérito…
Pero a todos nos llega la edad de crecer. En mi caso, en 1991, me compré su álbum “Blazon Stone”, y noté que algo raro estaba sucediendo. No, no eran esos cardados inadmisibles hasta para el agonizante metal de la época. Ni siquiera que las chupas que lucían ya sobrepasaban los límites estéticos fijados por el glam metal más chungo. No, el detalle clave consistía en que… ¡Ponían la dirección de la tienda de Düsselfdorf donde podrías – si le echabas un par de huevos – comprarte unas chupas como esas! Y ahí me di cuenta de que yo ya no estaba preparado para llevar mi relación con Rock´n´Rolf a un nuevo nivel de compromiso. Además, musicalmente, percibí que todas las canciones de Running Wild sonaban igual.
¿Por qué ahora y no con los discos anteriores? Pues porque en “Blazon Stone” les dio por cambiar de temática y, además de ser piratas, decidieron también probar con la temática del western en coplillas como “Little Big Horn” o “Wild Bill”. Y, claro, si yo no aceptaba que Enya repitiese la misma melodía para cantar sobre el Caribe que para cantar sobre el Orinoco o las tormentas de África, era una cuestión de coherencia exigirle a Rock’n’Rolf que se expandiese creativamente para hablar del salvaje oeste. Y vamos a llegar más lejos: la portada y el título del disco eran horrorosos. Lo de “piedra de blasón” suena a “el ABC te regala la colección de escudos heráldicos de las dos Castillas”. De hecho, veo poca diferencia entre la portada del disco y los diseños de las cerámicas de Talavera. Este fotomontaje lo prueba.
Claro que, igual yo no entendía las verdaderas intenciones de Rock’n’Rolf. ¿Y si lo que quería era crear un puente de unión entre padres e hijos? Imagináos a un chaval heavy con una madre del Bolo. El niño va a una tienda a estampar la portada de “Blazon Stone” en un plato y, acto seguido, lo coloca en el mueble del salón al lado de la vajilla de Talavera de su madre. Qué acto de amor y de respeto. Pero, claro, yo era gallego imberbe y aquellas sutilezas toledanas se me escaparon, como mi amor por Running Wild.
Como en muchas relaciones, me resistí a aceptar el fin, y hasta me compré una regrabación de sus primigenios himnos piratas, “The First Years of Piracy”, que sacaron a continuación. Tuvo que ser un anónimo crítico musical el que me hiciese romper con la banda y entrar en la edad adulta con la lapidaria sentencia “Rock’n’Rolf es un hortera y no tiene perdón”. Tal importancia pueden llegar a tener los críticos con la frase justa en el momento indicado. Gracias a ese señor conseguí que la etapa húsar de Rock’n’Rolf no forme parte de mis traumas de infancia. Ya sólo me queda lidiar con la estética pirata.
Si alguien tiene curiosidad malsana acerca de esta banda, se puede bajar, gratuitamente, un disco tributo aquí. ¿Hay huevos? Yo lo he hecho. Lo que más acojona es ver a tal cantidad de bandas de chavalillos jóvenes, como yo lo fui en su momento, siguiendo los pasos de Rock’n’Rolf. Me honraría que alguno de ellos lea este artículo y se replantee su vida, como aquel crítico me hizo replanteármela a mí en su momento. Confieso, eso sí, que he escrito esta entrada del blog mientras escuchaba su obra maestra “Death or Glory” y, con cierto placer, he de confesar que he sido capaz de cantar, puño en alto, TODAS las coplas. ¡Me cago en la puta! Coged vuestras guitarras de aire y seguid a Rock’n’Rolf “We are prisoners of our time/ But we are still alive/ Fight for Freedom/ Fight for the right/ We are Running Wild”.
¡Listos para el abordaje!