Presentamos un ambicioso estudio sociológico de la historia de las tres últimas décadas a través de la sordidez musical en su variante pussy-pop, cantantes que no dudan en usar sus más básicas armas de mujer para triunfar. Aunque siempre se podrían encontrar precedentes, situaremos el comienzo de este glorioso género en la eclosión teta-pop que se produce en 1987 con el éxito de Sabrina, y continuaremos hasta el último subgénero, el lesbi-pop de las Tatu, ya entrado el nuevo siglo.
Algunos puretas dirán, no del todo faltos de razón, que no sería Sabrina la que mereciera colocarse como buque insignia del teta-pop, sino la gran Samantha Fox, que ya tenía un disco de éxito, titulado, como no, Touch me, cuando la italiana estaba todavía ganando el concurso de Miss Liguria. Pero las cosas son como son, a veces las copias superan en éxito al original, Falcon Crest tenía mucha más gracia que Dallas, y por aquí el fenómeno sociológico que de verdad abrió la caja de Pandora de pechugonas con micrófono fue Sabrina.
Samantha, eso sí,tiene no pocos méritos en su haber: aparte de haber empapelado en su día las habitaciones de todo adolescente que se preciara, de haber cantado vestida (o más bien desnuda) con un vestuario que le habría resultado hortera hasta a Cher, y de haber grabado varios hits de Stock, Aitken y Waterman, reyes indiscutibles de la pachanga ochentera, incluyendo una versión de Satisfaction (¿por qué no? ¿alguien se atreve a decir que los Rolling son menos decadentes que ella???), su última campanada fue salir del armario hace unos años y encontrar el placer como sumisa en una relación s/m con su secretaria. ¡¡Sam mola!!
Sabrina, no obstante, se desmarcó en su día de comparaciones diciendo que «lo único que Samantha y yo tenemos en común es el busto; yo sé cantar«. Tal vez ella misma fuera la única persona que se la tomó en serio como cantante, pero lo cierto es que nuestro ídolo no puede negar la influencia de Sam en el vestuario ni en la temática de sus canciones; a los que sólo conozcan el celebérrimo Boys,boys,boys, les informamos de que se pierden joyas de títulos tan esclarecedores como Hot girl, Sexy girl, o I need a chico. Eso sí, Sam nunca tuvo una trade mark tan reconocible como lo de la teta fuera de Sabrina mientras pegaba botes en sus actuaciones televisivas, un icono tan asociado a los 80 en el inconsciente colectivo como las manchas craneales de Gorbachov o los cardados de Margaret Thatcher. Una cuestión para los estudiosos: ¿era siempre la izquierda la que salía, siempre la derecha, o se intercambiaban? ¿Había algún tipo de mensaje esotérico detrás de estas apariciones? Dan Brown ya tiene material para su próxima obra …
Superado el contencioso con Samantha, Sabri tuvo que lidiar con advenedizas que le disputaban su merecido trono: en su país, Angela Cavagna; en Alemania, Brigitte Nielsen, avalada por su matrimonio con Silvester Stallone y sus interpretaciones en Rocky IV y Asesinato en la luna; en Polonia, Danuta, tal vez la más chunga de todas (vean la prueba gráfica); y en España, los 40 principales organizaron un concurso en el que los radioyentes debían elegir entre ella y Marta Sanchez. Las masas votaron chovinísticamente por Marta, demostrando por qué este país no levanta cabeza. A favor del público hay que decir que por entonces Ole-Ole era un grupo producido por el simpar Luis Cobos que sacaba al mercado temas tan gozosamente sórdidos como Lili Marlen o Sola con un desconocido. Aún no habían llegado ignominias como Soldados del amor, producido por un Neil Rodgers en momentos de gran drogadicción, o la carrera en solitario de Marta, que actualmente se arrastra por fangos tales como las versiones de coplas o las actuaciones en los premios Amigo compartiendo escenario con gentuza como Joaquin Sabina o Niña Pastori, aparte de reivindicar causas tan nobles como que se mantenga la L en el topónimo A Coruña, y dedicar el resto del tiempo a rezar para que Madonna no la demande por plagio (vean el parecido entre los discos de ambas). Esta lacoruñesa trepilla probablemente haya olvidado que si la gente se enteró de que la maciza de Ole-Ole tenía un nombre fue gracias a las comparaciones con Sabrina. Pero a pesar de que Marta Sanchez y otras divinidades de provincias pudieran ganar alguna batalla, Sabrina Salerno es la gran triunfadora en esta guerra, ante la historia y en nuestros corazones.
Los tiempos cambian y desgraciadamente los 80 acabaron. Los 90 y la llegada del nuevo siglo nos llenaron de mala conciencia y corrección política; el calimocho y la litrona, campos de cultivo del tecnopop europeo de antaño, dieron paso en las discotecas al pastillerío y al éxtasis líquido, con lo cual la melodía y la letra desaparecieron de los subproductos que escuchan tanto los calorros como los modernos, siendo reemplazados por el chumpatachum del house, trance, progresivo, y demás estilos imposibles de distinguir a menos que uno se encuentre en pleno viaje astral de origen químico. Además los cánones de belleza cambiaron, y las macizas y buenorras de la década anterior dieron paso a saquitos de huesos como Gwyneth Paltrow, palos de escoba como Cameron Diaz, o niños esqueléticos como Kate Moss. Aunque el nuevo milenio ha traído algunas actualizaciones de Sabrina, como las efímeras Sonia y Selena, reivindicables por su pinta de recién salidas de un bar de alterne de carretera, no corren tiempos para tanta jovialidad. Para calar en las masas hoy en día hacen falta propuestas más pretenciosas, y ahí nadie dio en la diana tan bien como las Tatu (naturalmente estoy menospreciando, como se merecen, a banalidades insulsas para todos los públicos tipo Paulina Rubio, Shakira y demás mira-como-meneo-el-culos, carne del canal 40 latino y carentes de genuina sordidez).
Como en el caso de Sabrina, también nuestras heroinas rusas tuvieron referentes; Britney Spears había vuelto a poner el erotismo adolescente en las listas de ventas. No obstante, Britney y Tatu son tan distintas como lo son el porno europeo del americano: ambos son igualmente válidos, pero mientras los yanquis apuestan más por lo sofisticado e irreal, los europeos le sacan más punto a lo cotidiano. Britney, con su pinta de pendón verbenero y su cuerpo delineado en quirófano, es una adolescente de película porno, mientras las Tatu son chavalillas reales y verosímiles, y de ahí su morbo. Su referencia sería más bien en este caso la francesita Alizée, otra golfilla de instituto que logró ventas millonarias con un hit con el original título de Lolita. Pero, mientras Alizée es la enésima prueba de que la música francesa sigue y seguirá viviendo en los años 80, Tatu disponían de una producción de primera que las catapultó al liderazgo del cutrepop europeo.
La fórmula de este inteligente producto es fácil de comprender; al igual que Sabrina, las Tatu satisfacen en sus actuaciones las fantasías eróticas de millones de hombres, con la coartada de que esto no supone una degradación para la mujer que debe ser censurada, como se diría hoy en día de Sabrina, sino que se trata supuestamente de un espectáculo transgresor y progresista que ayuda a normalizar la homosexualidad. ¡Dos adolescentes guarrillas lesbianas vestidas de colegialas con microfalda se magrean y soban ante la cámara! ¡Y no es una peli porno, se puede ver en la MTV sin necesidad de sentirse culpable! ¡Viva!
Tatu seducieron a montones de fans, y hasta representaron a Rusia en Eurovisión. A pesar de que prometieron casarse si ganaban, el público volvió a demostrar su falta de criterio dejándolas en un tercer puesto. Una derrota, eso sí, merecida en parte porque renunciaron a su estilo propio al no morrearse durante la actuación.
